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lunes, 11 de mayo de 2020
Un amor imposible
THE SOUVENIR es, hasta el momento, la última película de Joanna Hogg; una especie de carta de amor/odio hacia la época en la que estudiaba cine, a principios de los ochenta, entendiéndose el papel principal (Julie, interpretado por la joven Honor Swinton Byrne) como un claro autorretrato, si no es que cada personaje femenino de Hogg no lo es de facto. La película, trufada de temas de dicho periodo, arranca con desgana, sin atender demasiado a la narrativa, pero fijándose con detalle en el deseo de Julie por convertirse en cineasta, su pasión preñada de ingenuo arrojo. Entonces aparece Anthony (un gran Tom Burke, para el que es el mejor personaje masculino de su autora), sofisticado, misterioso, elegante, completamente alejado de los jóvenes de la Escuela de Arte, ante el que Julie cae simplemente rendida. Él dice trabajar en algún Ministerio, con asuntos referentes al terrorismo, lo que no le permite ser totalmente franco; y pese a tener gustos caros, y, presumiblemente, viajar al extranjero con regularidad, nunca parece tener un céntimo, y vive prácticamente como mantenido de la joven, a la que obliga a pedir préstamos a sus padres. Con suma elegancia, Hogg desvela el secreto de Anthony sin alardes ni trucos, en mitad de una conversación banal, y a partir de ahí la película se transforma, derivando hacia el amargo proceso de enamoramiento/sumisión, como muchas de las adicciones descritas, y que supone tanto un piadoso viaje emocional como un minucioso relato acerca de la esclavitud que supone toda creación artística. La mejor y más completa película de su autora, que comenzó tarde a dirigir, puede que tras una larga búsqueda de una voz propia. En los títulos de crédito, por cierto, se anuncia una sorprendente segunda parte, aunque desconozco si se trata de metatexto o podemos contar con ello. Esperaremos.
Saludos.
lunes, 4 de mayo de 2020
Casa
En EXHIBITION, de 2013, Joanna Hogg se atrevió a radicalizar aún más su discurso, centrando su guion en una pareja, D y H, respectivamente una artista visual y un arquitecto, que, desde el interior de su casa, que están a punto de poner en venta, realizan una especie de "exhibición íntima", por chocante que pueda parecer el término, pero que termina por ofrecer un elocuente trazado por la desgastada geografía de un matrimonio al que le empiezan a pesar las rutinas. Hay algo de intencionado en la frialdad con la que Hogg hace interactuar los cuerpos, las mentes y los corazones con los espacios habitacionales, sus normas que la hacen semejar un ente vivo, y cómo afecta a sus dueños cuando están dentro tanto como cuando salen de ella. Una película extraña, capaz de aunar hostilidad y calidez, y sin un solo ornamento vehicular para elaborar su discurso, dejando en apenas dos o tres esbozos casi imperceptibles toda la carga emocional de un proyecto de vida tan frágil, como las paredes que su dueños se encargan de que permanezcan intactas una vez se hayan ido.
Como curiosidad (puede que no tan casual, tampoco), sus dos protagonistas: Liam Gillick, artista visual, y Viv Albertine, mítica componente del grupo punk The Slits.
Saludos.
lunes, 27 de abril de 2020
A los que están
Tres años tardó Joanna Hogg en completar su segunda película, en la que corregía y aumentaba muchos de los temas abordados en su debut. ARCHIPELAGO partía de una premisa similar, pero cerraba aún más el foco, confinando a su reducido grupo de personajes en una circunstancia de la que no pueden escapar, a menos que dejen atrás sus propias zonas de confort. De cómo su minimalismo termina por ser engañoso, tejiendo una riquísima red de afectos y desavenencias, es de donde la directora británica nos conduce, sin estridencias, con una cotidianidad trazada con naturalidad inusitada, a esos pequeños e imperceptibles infiernos del día a día, aumentados bajo la lupa de la interacción forzosa. La excusa es la reunión familiar (en inconfesada desarticulación), como unas frías vacaciones en Cornualles, donde pasarán unos días una mujer y sus dos hijos. Se intuye que no suelen pasar ningún tiempo juntos, lo que deriva en un trato cordial pero distante, y ahí Hogg va introduciendo sus cargas de profundidad sin que nos demos cuenta. La madre toma clases de pintura sin mucha convicción, pero entusiasmada con su profesor, que parece entenderla mejor que su marido, que es la primera figura ausente, deslizándose la posibilidad de un divorcio en las sombras. El hijo marchará pronto a África, para impartir clases sobre educación sexual en una ONG, donde se encontrará con su pareja, a la que no han permitido viajar "por no suponer un mal ejemplo". La hija mayor, en cambio, parece amargada por algo que desconocemos; cínica más que irónica, se pasa el día corrigiendo a los demás, pero sin ver lo terriblemente sola que está. Y el punto discordante lo pone una humilde chica, una cocinera que han contratado y a la que cada uno trata desde un punto de vista diferente, pero que revela una condición unilateral, y que parte de un clasismo "bienintencionado", pero que termina por ser el elefante en la sala.
Una película que confirmaba a su autora como la magnífica narradora que es, y que sin aspavientos ni poses artificiales la situaba como uno de los nombres fundamentales del reciente cine europeo.
Saludos.
lunes, 20 de abril de 2020
Descatalogado
No hay una palabra más triste que esa. No pertenecer, haber pertenecido. Una expulsión tranquila, sin violencia, notar que ya no se está, no como antes. Hay mucho de eso en el cine de la británica Joanna Hogg, merecedora de una retrospectiva en el último festival de Sevilla, donde se pudieron ver sus cuatro trabajos, incluido el último, de reciente estreno. Nosotros vamos a hacer lo mismo en estos cuatro lunes, acercarnos a la personalísima manera de hacer cine de esta directora, proveniente del mundo de la videoinstalación, y que para debutar, allá por 2007, escribió un guion aparentemente sencillo, casi una cursilería repleta de lugares comunes, para terminar diseccionando sin miramientos muchos de los males enquistados en la clase media-alta, en este caso la británica. UNRELATED es un término que se usa para denominar el sentimiento de no pertenencia, como la descatalogación de alguien de un entorno al que una vez perteneció, pero del que percibe que ha dejado de ser el suyo. Ella es una mujer de mediana edad, embarcada en algún tipo de crisis de pareja, que ha aceptado la invitación de una amiga para pasar unos días en una preciosa casa en la Toscana, done pasan el verano. Una vez allí, se siente feliz por primera vez desde hace mucho tiempo, se deja llevar, e incluso siente un irracional deseo por el hijo mayor de su amiga (un jovencísimo e incipiente Tom Hiddleston), con el que flirtea constantemente. Con sutileza, Hogg se detiene en el rostro de la protagonista, en ese arrebato interior, sin mucha explicación aparente, para dar paso a un progresivo desgajamiento de todo ese entorno familiar, cada vez más ajeno: todos son familia, menos ella. Con paciencia (que no morosidad) y una mirada más que sensible, lo que se nos pone delante es todo ese catálogo de emociones que a menudo (sobre todo los que ya ingresamos en esa mediana edad) no somos capaces de concretar exteriormente, pero nos va consumiendo lenta e implacablemente, básicamente porque, efectivamente, nos han sacado del catálogo...
Saludos.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
¡Cuidao con mis primos!