Que el cine, esencialmente, es imagen, lo sabemos todos. Es cosa asumida y cada uno lo emplea, a la hora de dar su particular visión sobre el asunto, como mejor sabe o puede.
Que hay películas eminentemente visuales también lo sabemos. Son aquellas que, después de verlas, nos hacen decir, casi instintivamente: "la fotografía era una pasada. Qué colores, qué paisajes".
Flaco favor el que se le hace a un film si nuestra atención ha de verse desviada hacia (únicamente) los terrenos de lo visual. Porque una película es un todo. Precisamente, lo que diferencia al cine de otras artes (y le confiere su duramente ganado prestigio) es que puede utiizar todo lo que se le antoje, en aras de una "búsqueda" de realidad que lo coloca en lugar privilegiado si buen uso se hace de todo ello.
La grandeza de Guerin siempre estará en su sabia utilización de imágenes, en vez de dotarlas de una cansina omnipresencia, se conforma con darle su justa duración según el efecto que busque conseguir en el (impactado) espectador.
EN LA CIUDAD DE SYLVIA no sólo es, a partir de ya, piedra angular de ese cine de imágenes que tan cuidadamente ha ido desvelando el director barcelonés a lo largo de su insólita filmografía.
Aunque creo que se encuentra cinematográficamente por debajo de la emocionantísima EN CONSTRUCCIÓN, EN LA CIUDAD DE SYLVIA rebosa de algo que a la otra le faltaba, quizá por exceso de celo a la hora de radiografiar seres humanos; esto es: cercanía.
Guerin nos coloca directamente en la mirada del protagonista, voyeur impúdico y soñador; buscador incansable de rostros, miradas, trazos, posiblemente lo que se da en llamar (sin saber qué es) el reflejo del alma.
Nunca tenemos muy claro (a diferencia de su corresponsal MUERTE EN VENECIA) si hay una búsqueda deliberada de la belleza, desde luego Guerin (afortunadamente) es lo bastante ambiguo como para aturdirnos con imágenes contrapuestas, sabemos que no es oro todo lo que reluce; y, en este sentido, me gustaría destacar la contenida interpretación de Xavier Lafitte, que le hace cercano en un papel que, en un principio, debería ser distante, pero ya hemos defendido desde aquí lo difícil que parece resultarles a algunos directores el insuflar algo de humanidad a sus personajes.
No sabemos, mientras mantenga esa maravillosa curiosidad, dónde estará el límite de esta rara avis de nuestro cine, al que se le sigue manteniendo (como a la mayor parte del mejor cine de este país) en una marginalidad absurda que sólo rompe el unánime reconocimiento de la crítica extranjera. Pero en este país de gilipollas jamás tendremos derecho a quejarnos por nada, al menos mientras nuestro nivel de análisis siga teniendo la capacidad de un guardia civil mientras nos multa.
Visuales saludos desde la ciudad independiente de Indefilia.
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