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domingo, 21 de diciembre de 2014
Rincón del freak #180: Me encanta BLADE RUNNER, así que voy a por ello...
... y me llamo Gabe Ibáñez y estoy encantado de haberme convencido mientras dirimía algunas cosas tan importantes como la belleza de las gotitas de lluvia sobre chubasqueros transparentes, taxis roñosos, luces de neón encima de hamburgueserías ambulantes o la conveniencia del japonés para anunciar algo. Me importa un bledo AUTÓMATA; me importa un bledo ver a Antonio Banderas sin pelo y entonando su inglés de la calle Larios; me importa un bledo que se haya autoimpuesto el "exorcismo" de compartir una última escena (bastante lamentable, por cierto) con Melanie Griffith. Y, en suma, me importa un bledo esta barrabasada sin pies ni cabeza, una burda copia de la obra maestra de Ridley Scott, incapaz ni siquiera (y esto es grave) de reírse de sí misma, porque lo peor siempre es tomarnos tan en serio que nos empecemos a creer que estamos haciendo algo acojonante. Yo hago esto muy pocas veces, pero no les recomendaría ni por todo el oro del mundo que pierdan ni un minuto en una película tan innecesaria como ridícula; uno de esos artefactos que vuelven a poner de moda el término "vergüenza ajena" y que llegados a un punto, han perdido tantísimo el norte que la sensación de desorientación prima sobre el cúmulo de despropósitos.
Horrible. Chabacana. Espantosa.
Saludos.
jueves, 11 de noviembre de 2010
Estados de ánimo
Elena Anaya interpreta a María, una madre de nuevo cuño, de las que sacan adelante a sus hijos sin macho mediante, que hace un inocente viaje a la isla de Hierro y en el ferry pierde a su pequeño, Diego; antes, hemos visto que María trabaja en una especie de acuario junto a su hermana, que también es joven, guapa y dinámica, que vive en un piso donde la tele brilla por su ausencia y que hay manzana antes de ir a la cama. No sé si saben por qué digo todo esto para hablar de una película que ni pasó ni pasará con pena, y ni mucho menos gloria; y es que HIERRO, en realidad, no cuenta nada, nada que nos haga pensar ni cuestionarnos nada, sino que nos ofrece un viscoso corolario de situaciones deformadas en las que su director/publicista llama a nuestros sentidos con los mismos mimbres que usaría en un anuncio de perfumes: atropellando música (sonidos) e imágenes en una infructuosa búsqueda de alguna virtud material. Y hay un momento verdaderamente sintomático y muy preocupante, en el que el señor Ibáñez, después de hacernos ver varios minutos de la madre vagando por las cenizas volcánicas, la hace coincidir inesperadamente, y a altas horas de la noche, con un coche conducido (¡casualmente!) por el detective que se ha hecho cargo de su caso; ahí ya desistimos del posible impacto o descubrimiento, sabemos que la cara desencajada de María, su sufrimiento gegado por la incertidumbre, es un simple instrumento para que un tipo que no volverá a hacer otra película nos enseñe su muestrario de juegos malabares. Una manzana antes de dormir... y a otra cosa.
Saludos férreos.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
¡Cuidao con mis primos!