martes, 27 de mayo de 2008

El ruido y la furia

En un momento inabordable de APOCALYPSE NOW, Coppola decide canalizar su megalomaníaco presupuesto de una forma sorprendente. De todas las imágenes fílmicas que han entrado alguna vez en simbiosis con el arte pictórico, el sobrecogedor bombardeo de la selva con napalm quizá sea la más significativa. No se puede describir con palabras lo que uno siente al asistir a ese espectáculo de destrucción sin paliativos. Horror, estupefacción, vergüenza...
Es sólo una de las increíbles boutades que el director más osado de su generación imaginó como gran manifiesto antibelicista sin antibelicistas de por medio, buscando las entrañas de la bestia e incorporando, de forma magistral, la guerra como espectáculo, nada que no hayamos visto recientemente en la CNN, pero que en 1979 causó un impacto que aún perdura.
Coppola partió de una historia de Joseph Conrad, cambiando la ubicación (África por Vietnam) y respetando acertadamente la figura de antihéroe encarnado por Martin Sheen en el papel de su vida.
La acción está trufada de momentos irrepetibles, como el nihilista monólogo de Robert Duvall mientras los soldados hacen surf en pleno bombardeo o el corrosivo espectáculo playboy para las tropas, con guiño incluido a Mr. Nixon.
Seguidamente, tras ubicar al espectador en la sinrazón de la guerra, Coppola no sólo no da un respiro, sino que utiliza el grueso de la novela original, la travesía en barco, y filma al ufano soldado americano entrando en contacto con el horror (leit motiv base de la película), experimentando el miedo a la amenaza invisible (sólo superado por Ford en THE LOST PATROL) y sucumbiendo finalmente, tal y como lo haría su propio país en tan vergonzoso conflicto.
De ahí al final caben todas las interpretaciones. Unos dirán que Brando sobreactuado, otros dirán que genial. Unos que demasiados ácidos en el rodaje, otros que poética visual. Unos que el final desmerece, otros (entre los que me incluyo) dicen que ni delgadas líneas ni metales chaqueteros han logrado alcanzar, en todo su pretencioso metraje, ese momento suspendido en el tiempo en el que el coronel Kurtz se remoja, pausadamente y entre sombras, el cráneo rasurado.
Y es que hay imágenes, lo decíamos al principio, que eclipsan a mil palabras.
Saludos ahora.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!