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viernes, 15 de febrero de 2013

Salsa rosa



Coincido plenamente en la teoría/paradoja que viene a señalar no sólo que cualquier tiempo pasado no tiene por qué haber sido mejor, sino que cada aspecto del tiempo presente, incluso los más escabrosos (y debo añadir que precisamente éstos), tuvo su correspondiente reflejo si sabemos buscar adecuadamente. La diferencia puede que esté simplemente en la intensidad de exposición a tal o cual asunto, o incluso a la imposibilidad de compaginar una vida normal con según qué mitos o creencias. En el ejemplo de hoy, nos encontramos con la teoría hecha imagen fastuosa y la paradoja bordeando los límites de lo que unos consideran arte y otros exhibicionismo; de la carne, del alma y de las miserias de ambos. Max Ophüls cerró su admirable obra cinematográfica con una obra cumbre del séptimo arte, adelantada a su tiempo (prácticamente al nuestro) y que casi sesenta años después sigue suscitando todo tipo de debates sobre su inacabable riqueza de registros, referencias y lecturas, tanto retóricas como analíticas. LOLA MONTÈS se valía de una mítica aunque turbia biografía, la de la amante (entre unos cuantos más) de Luis I de Baviera o el músico Franz Liszt; una mujer que, aunque nacida en Irlanda, mantuvo vigente una doble identidad mucho más exótica y misteriosa como una "bailarina" española. Pero el asunto realmente importante es saber qué significa filmar una película tan compleja como LOLA MONTÈS para un director en la cumbre de su carrera; compleja por su desbordante imaginería y trabajo de producción, pero sobre todo por la reflexión que hace acerca de la persona como espectáculo en sí mismo. El film es una sucesión de flashbacks que dan buena cuenta de la itinerante peripecia, esplendor y, finalmente, decadencia de esta singular figura, pero también pone en imágenes un extraño circo (nunca sabremos si real o imaginario) en el que Peter Ustinov oficiará de Maestro de Ceremonias, mientras desgrana las miserias de una Lola Montès reducida a inmóvil figura que, habiéndolo perdido todo, ha acabado por vender lo único que le queda, su vida. Hoy día esto no es nada del otro mundo, lo vemos a diario en esos inmundos programas de hora punta, en los que la vida de una persona, una vez despojada de toda dignidad, y paralizada por el influjo del vil metal, deja paso a la disección de asuntos que carecen de interés intrínseco, pero que revelan que los seres humanos somos poco más que carroñeros perfumados. La vigencia de LOLA MONTÈS es, precisamente, recordárnoslo.
Saludos en la corte.

jueves, 15 de enero de 2009

El tiovivo del amor

¿Cine clásico como modelo que desprecia la exploración de nuevas formas narrativas? Nunca, jamás, nada más absurdo ni deformativo ¿Cuántos incansables cinéfilos se han visto coartados por esta leyenda urbana?
He visto la vanguardia no sólo adelantada a su tiempo, sino vigorosa muchos años después en la magia del montaje de Eisenstein, la precisión poética de Murnau, la destreza esquiva de Wyler o la fisicidad indomable de Huston. Todos embarcados en lo que LUEGO se ha llamado cine clásico; todos colocando su ladrillo para construir el cine del futuro. Señores, la vanguardia, la experimentación, son inseparables del modelo clásico por cuanto ambas propuestas se complementan y mejoran las mutuas carencias, que siempre las hay. Otra cosa sería hablar de la escuela norteamericana, la europea, la japonesa... estamos de acuerdo en las diferencias existentes entre las distintas filmografías, ya que en ellas se encuentran ubicadas las inquietudes de cada cultura.
Un cineasta que nunca abandonó el relato clásico, al mismo tiempo que reinventaba en cada trabajo la ortodoxia narrativa, fue Max Ophüls. Estaríamos toda la vida alabando su visión de fondo, impactante y sorprendente, distinto en cada película. Hoy nos quedamos con esa extraña delicia que es LA RONDE, precursora de tantos filmes posteriores separados por episodios. Esto casi no ocurre gracias al derroche de inteligencia de Ophüls, que hila las distintas historias, situaciones y hasta personajes de forma que realmente estamos atrapados en un tiovivo de sensaciones, tal y como describe el guía-narrador Walbrook. El amor, el amor como permanente y universal nexo entre los seres humanos... igual que el odio, claro que sí, pero Ophüls habla sobre el amor, sus caprichos y las vueltas que nos hace dar. Los hombres pierden la cabeza por las mujeres, éstas se debaten entre atender a sus sentimientos o a sus necesidades... El relato clásico de Schnitzler jugando con el tejido coral que sería señal inequívoca de modernidad años más tarde.
No puedo negar que la experimentación es mucho más patente en otras obras de Ophüls que están en la mente de cualquier cinéfilo, pero no está de más indagar en LA RONDE sobre los rastros de esas otras.
Saludos que giran y giran...
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!