¿Cómo filmamos a alguien desde dentro? ¿Y si ese alguien sufre algún tipo de desequilibrio? ¿Y si ese desequilibrio ha sido causado por algo que no sabemos? ¿Y si ese algo que no sabemos puede que ni siquiera sea algo real? ¿Y si todo estuviese en la cabeza de ese alguien al que pretendemos filmar? ¿Qué clase de película veríamos?
La película se llama KEANE, la dirigió un tal Lodge Kerrigan y la protagonizó (de oscar, de copa Volpi, de oso de oro...) un magistral Damian Lewis.
KEANE es ese otro cine norteamericano que nos pasa desapercibido, el que no tiene nada que ver con Sundance, el que tarda tres años en estrenarse en España.
KEANE es el mejor Ferrara, y el mejor Cassavettes, y al mismo tiempo no se parece a nada de eso. Porque no hay ningún artificio en KEANE. A todos nos suena de algo la desorientación del protagonista, la ciudad indefinida que podría ser cualquiera, la brutal soledad de las estaciones de autobús, los bares hostiles...
El único agarradero que el director nos permite utilizar es la búsqueda, enfermiza y obsesiva, que dicho personaje emprende a lo largo de hora y media de angustia y desesperación. Supuestamente, su hija ha desaparecido. Supuestamente. No sabemos nada más. Quizás no se nos quiere, o no se nos puede, contar más. A lo mejor no es cierto. A lo mejor, Lodge Kerrigan sólo quería infiltrarse en una mente humana presa de un continuo ataque de ansiedad.
Sea como sea, el resultado es terrorífico, más allá de lo inquietante. Porque nos horroriza perder el control de nuestros pensamientos mientras aún éstos nos pertenecen. Porque somos incapaces de describir qué pasaría si toda nuestra realidad se desvaneciera y nadie pudiera ayudarnos. Es algo que sólo podemos ver desde fuera y a lo que denominamos como locura.
Esto es mucho más que mero entretenimiento. Es un golpe seco a nuestra conciencia. Es una mente atormentada filmada desde dentro.
A quien no la haya visto, que la busque.
Un saludo..., por decir algo.
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