viernes, 11 de julio de 2008

Hasta siempre, Sergio

Uno de los grandes. Ese era Sergio Algora, indiscutible cabeza pensante de diversas aventuras musicales, pero fundamentalmente de El Niño Gusano. El imposible combo zaragozano regó nuestras ya lejanas juventudes nocturnas a base de un insólito cóctel de psicodelia, surrealismo (cómo no iba a aparecer buñuel) y excelentes letras. Sólo su modestia, unida al analfabetismo musical de este país, impidió que Algora y los suyos despuntaran al lado de luminarias del rock psicodélico internacional como Flaming Lips, Mercury Rev o Stereolab. Sea como fuere, nos dejaron joyas que oídas ahora cobran mayor intensidad. El fresquísimo "Circo Luso"; el imaginativo "El efecto lupa" o "El escarabajo más grande de Europa", su obra más redonda. En pleno siglo XXI, estaba claro que su disolución era inminente, aunque Algora, mientras no cesaba su actividad poética, fundó los discretos Muy Poca Gente y, posteriormente, su actual grupo, La Costa Brava, donde intentó dejar de lado su desbordante imaginería y centrarse más en temas más tradicionales, aunque sin perder de vista su particular perspectiva de la vida.
Me enteré ayer de su muerte, precisamente por los amigos de diversos blogs (para que luego digan que esto no sirve para nada), e inmediatamente me puse a cavilar sobre qué pequeño, pero muy merecido, homenaje podríamos regalar desde El Indéfilo, y ha salido esto. Estoy seguro de que no demasiada gente conocía la trayectoria de este inquieto maño, espero que desde, por ejemplo, Radio 3, su gran valedora, se haga justo reconocimiento a Sergio, esté donde esté.


En fin. Como sé que al compañero Eduardo esta trágica noticia le ha dolido especialmente, aquí va una bonita tonada de su paisano; quizá pensando en esa segunda nacionalidad tan querida por el artista del café.







Éste es el poema póstumo que Sergio escribió. Creo que merece la pena revisarlo.

Dejé mi país para ser etíope por un año.
Dejé de dictar para subordinarme.

Etiopía estaba bajo la nieve.
La fiebre la había helado.

El matadero de la Adis Abeba estaba abandonado.
Los buitres habían construido allí una nueva ciudad.
Los niños, como heraldos, soplaban los cuernos
arrancados de las reses.
Los ancianos se convertían en pergaminos.

El ganado se reducía a cenizas.
Los adivinos contemplaban el humo
y las heces.
Los brujos traducían los poemas del premio Loewe.
Nos dábamos por el culo sin cesar,
tiritando en las chozas.

Cada nevada exterminaba una tribu.
Nos quedábamos con sus cuerpos y con sus enseres.

Parecía que un sueño invernal
iba a terminar con el hambre.

Llegaron los renos y Santa Claus
y cargaron en el trineo los leones famélicos
que se exhibían en el palacio presidencial.
Le dimos un león a la uno,
dos a la dos, tres a antena tres, cuatro a la cuatro,
cinco a la cinco, seis a la sexta, una jirafa a la once,
todo el oro de África a todos los santos,
el único clítoris mayor de dieciocho años
al único dios.

El entrenador de dios,
colocó el clítoris africano en el centro del campo
de un chochito blanco
y lo hizo debutar en el mundial.



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