Treinta y seis años (insuficiente perspectiva) quiso adelantarse George Orwell a la gran catástrofe invisible y terriblemente aceptada: el control absoluto del ser humano por fuerzas ajenas a su voluntad.
Veinticuatro han pasado desde esa fecha y los malos presagios no hacen más que confirmarse. Todos tenemos un Gran Hermano en el salón dispuesto a engullirnos con sus 24 pulgadas de narcóticos cerebralmente administrados. Nadie escapa a esto. Es posible que el espionaje del estado al individuo aún no llegue a los límites descritos en la novela, pero sí que es curioso observar hasta qué punto la acomodada burguesía prescinde de su capacidad crítica y acepta cuanta información (sea ésta verídica o no; útil o no) pase en cascada ante sus bovinos ojos.
Que los libros, poco a poco (y esto es inverosímil), se estén convirtiendo en objetos minoritarios, es un síntoma inequívoco de una gran enfermedad a nivel social. Que los "nuevos intelectuales" sean un grupo de gilipollas teledirigidos que repiten incesantemente los mismos lemas vacíos desde un plató lleno de lucecitas, con un centenar de zombis aplaudiendo raudos (aunque sin cambiar el gesto) en cuanto ven aplaudir a un tío con unos cascos, no es más que el reflejo de lo que los políticos (ojo, todos sin excepción) quieren para gobernar a gusto, sin voces discordantes. A no ser, claro está, la de esas patéticas mesas de "debate", donde sólo me ha faltado ver a alguien sacando la chuleta por debajo de la mesa.
La revolución, una vez apagadas las hogueras del 68, debe ser pequeña, también invisible, compuesta de negativas aparentemente insignificantes y de alguna que otra reflexión por nuestra parte. No hay líderes que puedan hacer suya esa doctrina de la individualidad, por lo que volvemos al modelo que Orwell defendió (incluso combatiendo en la guerra civil española) constantemente, desprendiendo una fe y un amor hacia la raza humana casi suicidas.
¿La película? Bueno, un poco forzada por la incomprensible obligación de rodarla en aquel mismo año. Se ve actualmente con cierta nostalgia inducida. Contiene la última actuación de Richard Burton y cuenta con uno de los mejores actores de aquella época: John Hurt.
Poco más. Siento que esto haya sido un poco panfletista (no era mi intención original) y prometo que el cine, el buen cine, será el motor inamovible de estas indéfilas páginas, que refrescan más que un daiquiri al borde de la piscina.
Saludos ochenteros.
4 comentarios:
Secundo todo lo que el gran dvd acaba de transmitirnos,vivimos en un mundo en el que todo esta establecido,nos marcan una forma de vivir y de pensar,no hay escapatoria posible,nos dicen que tenemos que comer,de que tenemos que hablar,que tenemos que ver o leer,nos han hecho autenticos automatas.
Por tanto me niego a seguir tantas pautas de aturdimiento y expresar todo el odio que me producen las reglas y las normas a las que nos someten,a pesar de todo espero que un dia nos levantemos y nos rebelemos.
Yo seguire como siempre siendo un bicho raro al que le gustan peliculas de un tal Hitchcock o un tal Wilder.
Saludos indefilos.
Y ahora nos están cerrando blogs, y hasta youtube en Brasil.
A mí me encantan las normas. Las de educación sobre todo. Pero no me arrodillan ante leyes que vayan contra nuestra libertad, eso lo juro.
Y el blog, muy bueno, by the way. Lo linko.
Aviso indéfilo: Se hace saber a la comarca cinesnablista que a fecha de hoy existe un reducto donde cultura y libertad se dan la mano, por lo que se arenga con dulce violencia a dejar a medias la última patraña de Spielberg y correr hacia el "café del artista".
PD: Los capuccinos, insuperables.
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