Aquí estamos que tiramos la casa por la ventana. Somos los más punkis, los más viciosos, los más duros, los más indéfilos... ¿y por qué no? los más sensibles.
Nunca digas nunca jamás, que diría Mr. Bond, chulo entre los chulos. Y nunca jamás se me hubiese ocurrido acercarme a lo que aparentemente era, a todas luces, una cinta infantiloide para mantener a los niños quietecitos una tarde de domingo. Aquello era BABE, la historia de un cerdito que se empecinaba en demostrar que en realidad era un perro ovejero.
Bien, mi idea del cine suele ir por otros sitios algo diferentes a esta propuesta, así que aquello pasó desapercibido para mí.
Más tarde, encontrábame yo en una situación nada, pero que nada, usual; esto es: precisamente una aburrida tarde de domingo frente al televisor, con la primera cadena sintonizada y esperando a ver cuál era la maratón programada para ese día (sabemos que las películas en televisión, con todos sus anuncios, apenas bajan de las cuatro horas. La gallina de los huevos de oro, vamos), cuando de repente veo una granja con perros que hablan, ratones que cantan a lo Andrew Sisters, un pato más chulo que Pete Doherty y unos diálogos desenfrenados, delirantes; como si Monty Python se hubiesen disfrazado de educadores infantiles y, claro, todo les hubiese salido al revés.
Sin salir de mi asombro, la película, en vez de echar el freno, se dispara hasta el improbable viaje del cerdito protagonista, junto a su oronda ama, a la ciudad, que resulta ser un prodigio de decoración, mezclando la bahía australiana con canales venecianos y una arquitectura deudora de un Gaudí jocoso y juguetón. Una maravilla visual.
El cerdito se queda solo y encuentra una casa habitada por un montón de animales a cual más estrambótico. Un orangután refinado que ejerce de patriarca; un diminuto tití experto en robos de guante blanco; un gatito con el que no se puede evitar derramar alguna que otra lagrimilla; un perro inválido con silla de ruedas y todo (impresionante); un aterrador pitbull con collar punky, que terminará siendo colega íntimo de nuestro cerdito... en definitiva, toda una galería absolutamente valleinclanesca que no deja paso a respiro alguno.
Y el ideólogo de esta barbaridad (que diría el gran Diego Manrique) no es otro que (asómbrense) George Miller. Sí, sí, el mismo que impulsó al mentecato de Mel Gibson con su ultraviolenta saga de Mad Max y al que desde aquella inane tontería llamada LORENZO´S OIL yo, al menos, había perdido la pista.
Por cierto, antológica la escena de la persecución del cerdito por parte del pitbull, rodada de la misma forma (y hay que tener huevos) que aquellas persecuciones desérticas que Miller ideó para Max el loco.
Bueno, pues esto y mucho más es BABE 2: PIG IN THE CITY. Puro cine de entretenimiento con altas dosis de imaginación y toneladas de buen rollo. Que de vez en cuando bien que nos hace falta.
Saludos ibéricos.
1 comentario:
nunca dejaras de asombrarme chapo tio y que siga el buen rollo.Escribeme algo para saber si ha entrado este comentario ,un abrazo
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