Como no todo se puede (ni se debe) explicar desde la casualidad, es lógico que las más de las veces (que diría Don Miguel) estemos en la obligación de bucear hacia los orígenes. Nada más excitante que hacer de nuestro panteísmo un sayo y observar, como tiernos infantes, de dónde provienen nuestras pasiones, que creíamos tan nuevas.
Pensamos que nadie, excepto nosotros, ha poseído la juventud, el amor, el intelecto, el empuje. Creemos neciamente que no existirá nunca un futuro que nos tache a nosotros de antiguos, que sonría tiernamente al ver las diferencias entre una época y otra.
Ese terrible rasgo de inmadurez sólo lo puede llevar a cabo el ser humano. Pero como nadie puede rebatir esto, seguiré a lo mío que es el cine.
Griffith dio a Hollywood la oportunidad de convertirse en la indiscutible fábrica de sueños que es; hasta entonces, eran muchos los que recelaban de aquel invento que, a pachas, americanos y franceses dejaron para la posteridad. El cine era, a principios de siglo, el hermano pequeño del circo y una anomalía surgida de la radio, sólo que no sonaba y encima tenía imágenes.
Cuando Raoul Walsh filmó THE THIEF OF BAGDAD en 1924, absorbió todo el espectacular entramado que Griffith mostró tanto en INTOLERANCE como en THE BIRTH OF A NATION. Ahí estaban las siete verdades del cine-espectáculo, y ningún gran maestro ha osado después romper el encantamiento. Recordemos que Walsh fue un asiduo colaborador de Griffith, llegando a interpretar en THE BIRTH... a nada menos que el asesino de Lincoln.
La verdad es que todo estaba milimetrado para el lucimiento de la gran estrella de la época, el nunca suficientemente reconocido Douglas Fairbanks, que aquí derrocha todos y cada uno de sus habituales registros, los que pensaba Antonio Banderas poseer (me parto el pecho). Pero los verdaderamente protagonistas fueron los efectos especiales: vemos un espectacular vuelo en la legendaria alfombra mágica; un genio que le da mil vueltas al de la Disney; hechizos por parte de un mago "muy especial". Pero también un excelente vestuario para la época; unas coreografías que para sí las quisiera Bob Fosse; unos movimientos de cámara imposibles para aquel año; incluso cambios de tonalidad para enfatizar según qué asunto.
En definitiva, puro cine de aventuras que no sólo cumple con su cometido de entretener, sino que ochenta y cuatro años después sorprende por su vitalismo y frescura.
Orientales saludos.
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