La tendencia del cine a describir cuáles podrían ser los posibles finales del mundo es poco menos que abrumadora.
Hay de todo y para todos. El típico producto americano estilo INDEPENDENCE DAY, donde el bueno siempre gana al final; la implacable venganza de la madre tierra, como en THE DAY AFTER TOMORROW; un monstruo imparable que parece atiborrado de Red Bulls, como en CLOVERFIELD; o el pedrusco justiciero que se acercaba a toda velocidad en ARMAGEDDON.
Sí, está claro que los yanquis andan obsesionados con el asunto, aunque pienso que no deben haber escuchado esa sabia frase popular que dice: "El que juega con cerillas se acaba quemando".
Y luego está Tarkovski. El intelectual de la imagen. Mítico director de extrema sensibilidad, extraños pasajes evocadores y eternos conflictos teologofilosóficos.
OFFRET fue rodada alrededor de 1986 y fue lo último que rodó Tarkovski antes de morir de cáncer (las imágenes de él mismo, moribundo en la cama, revisando la cinta, son escalofriantes). La historia, desde luego, no es nada comparada con la indescriptible fuerza visual de sus imágenes. Por un momento (y este es el rasgo más significativo del cine de Tarkovski) creemos asistir a una exposición de pintura que se proyecta directamente en nuestra pantalla, con lo que la literalidad del cinematógrafo desaparece y deviene en un efecto casi mágico de simbiosis. Nos adentramos en el alma de un creador único.
Pero OFFRET también quiere contarnos algo. Quizá prevenirnos. Quizá despertarnos. Erland Josephson (actor fetiche del Bergman más íntimo) vive en un idílico entorno junto a su familia. Se trata de un hombre descreído y escéptico que sólo ama lo que puede ver y tocar. De repente, el mundo se acaba. Así de simple. La familia recibe la noticia a través de la radio en el enorme caserón donde se hallan reunidos con motivo del cumpleaños del anfitrión y, a partir de entonces, se dispara la desesperación, la impotencia. Un cúmulo de sensaciones que parecían apagadas afloran de forma salvaje.
Alexander (el personaje interpretado por Josephson), en ese momento de catarsis colectiva, decide creer en el dios al que había dado la espalda y deposita toda su fe en una única plegaria. Su sacrificio salvará al mundo, a los que ama.
No contaré aquí en qué consiste dicho sacrificio, puesto que odio contar las películas que me han gustado, dejaré, por lo tanto, que cada uno descubra esta obra mayor en la que la verdadera importancia la tienen los eternos dilemas humanos sobre responsabilidad, amor, odio, supervivencia y, por supuesto, sacrificio.
La escena final, rodada en un plano panorámico único de varios minutos, es ya de por sí una obra de arte, al mismo tiempo que constituye toda una revelación sobre lo que, de manera tan velada, el director ruso nos iba dejando como pistas inconclusas.
Para mí, este es el mejor Tarkovski, el que habríamos visto (lo que ha perdido el cine) de haber llegado hasta nuestros días; poseedor de un mundo interior indescifrable, creo que realmente su sufrimiento se desarrollaba en base a una cierta incapacidad para sintonizar con la barbarie que le rodeaba (nos rodea) y canalizarla después en un puñado de imágenes que no pertenecen a corriente alguna, si acaso a los grandes maestros de la pintura.
Optimistas saludos.
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