De nuevo una desaparición completamente inesperada nos ha sacudido, nos ha cogido por sorpresa y nos hace replantearnos un par de cosas sobre lo fugaces e insignificantes que somos. Siempre ha sido Rob Reiner un director al que he tenido especial simpatía, uno de esos tipos brillantes y bonachones a partes iguales, una rara avis en ese Hollywood repleto de egos y fantasmones a cual más insoportable, donde el neoyorquino parecía trasplantado desde un mundo donde imperaban Capra y Lubitsch a partes iguales. Era esa insospechada inocencia la que hizo de sus mejores trabajos verdaderos clásicos instantáneos, films que han soportado el paso del tiempo estoicamente, sin ínfulas, demostrando que el corazón de la industria americana aún podía ofrecer soplos de aire fresco donde nadie parecía querer mirar. Le vamos a dedicar, a nuestro pesar, un merecido homenaje en las próximas semanas y que no podía abrirse con otra cosa que THIS IS SPINAL TAP. Efectivamente, el mockumentary por antonomasia, en mayúsculas; y en su cuarenta aniversario, no está de más este afiladísimo y superdivertido paseo por el anacronismo, irresistible y desarmante, de todas las gilipolleces de ese mundo repleto de niñatos inmaduros y caprichosos que es el rock y sus derivados. Lo increíble de esta película es su intención, cómo busca la complicidad del espectador sin restregarle las habituales e innecesarias sobreexplicaciones, con un resultado que sublima el mero objeto del sketch, y en mi opinión uno de los trabajos de metacine más finos e inteligentes que he visto. Nos cuenta la historia de Spinal Tap (no, no puedo poner una diéresis en una N...), un horterísimo grupo de cuarentones británicos, de dudoso talento musical, que inicia una gira por Estados Unidos para promocionar su último disco, topándose con la realidad: no les conoce ni Perry. Sin embargo, lejos de desanimarse, hacen de la necesidad virtud, y así los conoceremos, repletos de entusiasmo, compartiendo con el propio Reiner (en el papel del supuesto documentalista) su desopilante epopeya, desde sus inicios en los sesenta (como los Beatles), sus escarceos con la psicodelia (The Byrds), un trasfondo progresivo (por ahí asoman Yes o los Tull) y que ha cristalizado en unos estrafalarios heavy metal, que sería como si metieras en una turmix a Sabbath, los Maiden y AC/DC, pero con la misma destreza de un sinfonier. En apenas 80 minutos, Reiner, junto a los actores y guionistas Chris Guest, Michael McKean y Harry Shearer, que nunca estuvieron mejores que aquí, alterna las surrealistas entrevistas con los miembros del grupo con unas actuaciones que para mí son historia del cine, porque dan vergüenza ajena pero por alguna razón no puedes dejar de mirar. Por favor, si están un poco de bajona acérquense a esta patada en los cojones del star system, así en general. Y por nada del mundo se pierdan el fragmento de Stonehenge, están avisados...
Obra maestra.
Saludos.

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