sábado, 6 de diciembre de 2025

El caballo japonés


 

Manfredini es politoxicómano, prefiere morir, corre junto a su amor, no sabe quién es, le persiguen los malos hasta quieto y va a tener una hija. Sirena es un mafioso, o un empresario, le gustan los caballos, siempre lleva un bebé en brazos y no prefiere que Manfredini se caiga en la salida y gane la Nena. La Nena ama a Manfredini, gana las carreras, va a tener una hija y a lo mejor no le gustan los hombres. En ese ínterin, EL JOCKEY es la historia de un nacimiento, una identidad que se encuentra a sí misma al perder todo lo demás. Ni thriller, ni surrealismo, ni comedia involuntaria, lo que Luis Ortega traza aquí es lo mismo que podíamos ver en EL ÁNGEL, una realidad que duele, de la que se quiere escapar, que ni siquiera es peligrosa, sino cansada y cansina. El único problema que le veo es su suicida estructura, fascinante en el arranque, la construcción de personajes entre lo costumbrista y lo feérico, el finísimo caleidoscopio por el que inocularse de la malignidad imperante en la Argentina de hoy en día. La segunda parte, más ambigua y desenfocada, es el Almodóvar más lynchiano de lo que ha logrado ser nunca el manchego, una apuesta por el kitsch desaforado que encubre una historia de redención hiperbólica y que se mea en las fauces del discurso reaccionario dánosle hoy y siempre. 
Les irritará, les desafiará y medirá qué entienden ustedes por libertad creativa. Yo me dejaría follar la mente, que diría otro.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!