Uno de los datos más estremecedores de la astronomía nos dice que, con toda certeza, hay más estrellas en el universo que granos de arena en nuestro planeta. Intenten hacer un cálculo, pero no se puede. Lo que sí se puede hacer es reflexionar en base a estos términos inconcebibles, porque donde los seres humanos que hacen honor a su especie se quedan en un humilde acto de contrición, los ufanos, ensimismados con un ombligo frecuentemente habitado de pelusilla, llevarán su escaso magín, como en un hipervínculo, hasta el último video de TikTok. Esta contradicción es también una verdad incontrovertible, y al menos a quien esto escribe contra viento y marea le sirve para construir el umbral de LAND OF THE PHARAOHS, aquella superproducción que literalmente obligaron a rodar a Howard Hawks, que después observó el inevitable batacazo en taquilla sin inmutarse. Básicamente porque hizo una de las mejores películas que Hollywood ha entregado sobre faraones, pirámides y arena, mucha arena. Un film aparentemente gigantesco, pero en el que cobraban mayor importancia los interiores, las intrigas en el reinado del megalómano Keops, obsesionado con acumular riquezas incalculables que le acompañaran en la tumba. Para ello, sólo un obstáculo: construir el descomunal panteón, para lo que emplea a un arquitecto judío, a condición de liberar poco a poco a su pueblo cautivo. Pero la irrupción de la insolente princesa chipriota Nellifer, cegada de ambición, la lleva a elaborar un maquiavélico plan, con el que pretende acabar con Keops ganándose su corazón, y así reinar Egipto en solitario. Sin grandes estrellas (ni siquiera una por entonces desconocida Joan Collins), Hawks concita un eficaz alegato humanista, en esplendoroso Cinemascope y "Warnercolor", y apoyado en la tremenda banda sonora de Dimitri Tiomkin, cuya partitura influyó decisivamente a Philip Glass en la composición de su ópera Akenathon.
Te arregla una tarde tonta sin aparente esfuerzo.
Saludos.
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