A mí me parece que HATARI! debe ser una de las películas más extrañas e improbables que he visto en mi vida. Empezando por sus casi tres horas de duración, estiradas admirablemente por la capacidad de cooncisión de Hawks, que se vio literalmente desbordado por las exigencias de Paramount, empeñados en conciliar unas espectaculares escenas en las que los propios actores se ocupaban de dar caza a animales salvajes, con un romance cuanto menos incómodo, el de la sofisticada Elsa Martinelli y un ya maduro John Wayne, que prefería echar el lazo a los rinocerontes que a la actriz italiana. El resto, un montón de tiempos muertos en los que este improbable grupo de gente, que hoy estaría en la cárcel, se ponen de whisky hasta las cejas, empalman cigarrillos como posesos y bailan el watusi con los acordes de Henry Mancini, al que encargaron música de safaris y, cómo no, entregó una para coctels canallitas. La película tiene un nosequé que la hace extrañamente irresistible, puede que porque todo luce anacrónico, como una tía a la que no deberías haberte encontrado cambiándose. Y así, con el estipendio de unos furtivos que se sabían amparados porque "así eran las cosas entonces", uno no sabe si abandonarse a esas increíbles persecuciones en jeeps tuneados (ay, George Miller), reírse con lo de los elefantitos, enternecerse con la pobre Michèle Girardon (que 13 años después se quitó la vida por el amor no correspondido de José Luis de Vilallonga) o pensar que, al fin y al cabo, jamás volverá a rodarse una película igual. Exactamente igual, desde luego que no.
Saludos.
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