No puede abarcarse todo, pero ya me parecía raro no haber comentado hasta ahora RIO BRAVO, título capital del western, lección de cine tan generosa como elocuente, y una de las mejores y más emotivas historias sobre eso tan silenciado que es la amistad entre hombres. Y eso que no es de mis westerns favoritos, y la coloco como una obra maestra con matices, casi todos derivados de esa sensación de alargamiento innecesario hasta unas casi dos horas y media excesivas para una historia en modo alguno épica; Hawks invocaba aquí las mejores claves del cine mudo (su secuencia inicial es un portento de narrativa, demorando las primeras palabras de Wayne nada menos que cuatro minutos), ofreciendo un retrato repleto de naturalidad, donde cada figura obtiene su tiempo y su sitio. Me gusta pensarla como una pieza de cámara, y realmente lo es, el pueblo como no-lugar mítico, el bar-hotel donde se explican los movimientos y motivaciones de cada personaje, incluso los que no están presentes, o la cárcel convertida en improvisada vivienda del sheriff y sus colaboradores. Y un aparte aquí para dimensionar los personajes de Dean Martin y Walter Brennan, fundamentales para apuntalar una narración siempre al borde del punto de fuga. El primero es un taciturno alcohólico, cuyos demonios interiores ponen a pruba su amistad y lealtad hacia un Wayne que ejerce de hermano mayor, mientras el otro ofrece el alivio cómico, necesario, un viejo cascarrabias que necesita la aprobación continua, pero cuya voluntad jamás flaquea. El "malo", curiosamente, es más una entidad, casi siempre fuera de campo, como una amenaza abstracta que también sirve para enmarcar lo que más importa aquí, ese improbable dibujo de una familia que no es, pero se comporta como tal. Es en esas melancólicas aguas donde RIO BRAVO obtiene sus cartas de solemnidad, y lo que la ha hecho perdurar durante tanto tiempo, si bien no como una obra maestra absoluta, sí como el magistral trazo de un maestro en su plenitud creativa.
Inmortal.
Saludos.
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