jueves, 23 de octubre de 2025

El amor trasplantado


 

En MISÉRICORDE, Alain Guiraudie vuelve a su incesante, incontenible baile de cuerpos en movimiento, aparentemente cansados de deambular, locos por encontrar un lugar, su lugar, lo que normalmente no suele salir bien. Guiraudie convierte un anodino pueblecito de la campiña francesa en una especie de caldera de deseos y frustraciones, pecados barridos bajo la alfombra que, en un momento dado, giran hacia el peor escenario posible. Hasta allí llega Jérémie (Félix Kysyl invocando al Stamp pasoliniano) desde Toulouse, diez años después, para asistir al funeral del dueño de la panadería, donde él trabajaba. Inmediatamente, afloran deseos que parecían haber quedado olvidados, pero la figura de Jérémie ejerce de polo magnético incontenible, atrayendo o repeliendo a todo quien caiga bajo un influjo curiosamente involuntario, incluso ingenuo. Estamos en el terreno de ese thriller anguloso y gélido, que presiona a sus personajes hasta que encuentran sus límites, y aquí todo está al límite, de lo ridículo, de lo repugnante, y también de lo tierno, lo confortable. Estos personajes, que parecen habérsele escapado a Bresson, necesitan confesarse (atención a ese cura, no han visto otro igual en pantalla), ser comprendidos, y no siempre lo intentan de la mejor manera, sino brutalmente, en una confusión de los sentidos que nos deja en un fantasmal territorio, donde la realidad puede no corresponder a la verdad, donde este Jérémie, que llega de ninguna parte, es ese fantasma con el que todos quieren estar y ninguno puede poseer.
Puede resultar una experiencia asaltante para quien anteponga principios morales predeterminados a lo que Chabrol definiría como "la oscuridad que no queremos ver".
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!