De verdad que no se me ocurre un encabezado mejor para una película tan difícil de encasillar como THE LIMEY, un filn mucho más experimental de lo que su premisa inicial sugiere, y que no estaría tan olvidada de no ser Soderbergh un cineasta tan incontenible en su producción. Con un montaje a veces sincopado, a veces directamente desencajado, llegando a unos límites de metanarración que muy pocos autores son capaces de empuñar tan desinhibidamente, Soderbergh reinventa el thriller mal llamado "neonoir", para escabullir la historia de un tipo que un buen día llega a Los Angeles desde Inglaterra con la firme intención de encontrar al tipo responsable de la muerte de su hija. Hasta ahí, nada que no hayamos visto antes, pero ya es descolocante el uso del doblaje, rara vez coincidente con las imágenes en pantalla, lo que crea una atmósfera de narración mental, como si el signo de los personajes ya estuviera designado de antemano. Por si fuera poco, Soderbergh da un salto mortal que me parece insólito, usando (supongo que con permiso) imágenes de POOR COW, de Ken Loach, que trajimos aquí para abrir el homenaje a Terence Stamp, que es ¡aquel personaje!, muchos años después, en un crossover que me parece digno del Grant Morrison más desatado. El resultado es notable, difícil de defender, pero adelantando al último Paul Schrader (THE CANYONS, EL CONTADOR DE CARTAS), mientras se apoya en las consignas del Michael Mann de THIEF. Creando un villano que no parece ni malo (Peter Fonda, un productor musical), mientras ese cuerpo extraño que se mueve y habla diferente (Stamp más eastwoodiano que nunca) interfiere en ese esacio marciano que son las laderas y cañones californianos. Para mi sorpresa, y teniendo en cuenta que es de 1999, de lo más estimulante que he visto últimamente.
Saludos.
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