Por una vez, me gustaría hablar de un caso a mi parecer curiosísimo, una película que me encanta y no precisamente por sus valores cinematográficos; si a esto le añadimos que se trata de una película española y que su director y protagonista es Carlos Iglesias, del que huelga recordar toda trayectoria anterior, entonces podríamos acordar que UN FRANCO, 14 PESETAS es más un milagro que otra cosa.
Y es que si buscamos un precedente claro acerca de cómo el cine español se ha acercado al muy espinoso asunto de la emigración surgida a partir de los años cuarenta a aquellos países que, inteligentemente, aprovecharon la mano de obra barata para reconstruirse tras el desastre de la segunda guerra mundial, si no recuerdo mal (échenme una mano), tendríamos que irnos a aquella casposa VENTE A ALEMANIA, PEPE... lo que puede ser cualquier cosa menos tranquilizador, la verdad.
Iglesias no sabe hacer cine, y lo siento mucho, pero la película no es más que un estilizado refrito de la comedia costumbrista europea; hasta ahí lo malo, porque resulta que, en contra de lo que se suele hacer en este país, UN FRANCO, 14 PESETAS tiene una base sólida y coherente, la que deviene de los recuerdos del propio Iglesias, que vivió en primera persona el asunto de la emigración, en este caso a la tranquila Suiza. No busquemos aquí una ácida y demoledora crítica a la hipocresía imperante en este tipo de situaciones, la misma que aflora por doquier en nuestra actualizada y democrática España del siglo XXI, algo que zahiere profundamente al ver una propuesta como ésta, que sin alzar mucho la voz es capaz de algo que tiene mucho mérito: que los que alberguen algún sentimiento de culpa bajen disimuladamente la mirada. Sólo por eso, Carlos Iglesias le da mil vueltas a, por ejemplo, el desastre de Roberto Benigni.
Saludos al cambio.
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