La mitomanía y el glamour apenas si han permitido el acceso a ese otro Hollywood, el que acumula más sombras que luces y donde los excesos y los fracasos no han hecho más que engordar una oscura nómina, la de juguetes rotos del sistema, la de quienes tocaron el cielo de refilón, se tambalearon y cayeron en el más profundo olvido. Y de todo esto se hablaba en un film no del todo reconocido, que rescataba un suceso perdido en el tiempo y que hacía uso de un saludable sentido de la autocrítica.
En HOLLYWOODLAND, las lentejuelas están apolilladas y los focos sólo resplandecen a medias. HOLLYWOODLAND es la tristísima historia del primer actor que dio vida a Superman en aquellos primitivos seriales televisivos de los años cincuenta. Entonces, George Reeves era una especie de estrella mediática al que los niños tenían por un verdadero hombre de acero; sin embargo, la realidad era distinta. La popularidad bajó, la serie se canceló y Reeves se vio empujado a pasear "su Superman" en anuncios de dentrífico y otras bajezas. Cayó en el alcoholismo, se rodeó de los peores agentes y terminó muerto en extrañas circunstancias. Y de eso nos habla HOLLYWOODLAND, de cómo un detective de tercera (Adrien Brody) se sumerge en los bajos fondos de los estudios y va conectando poco a poco una serie de pistas que acabarán por revelarle que la verdad es mucho más truculenta que la versión oficial y que se creó una cortina de humo para salvaguardar algunos nombres importantes que estaban envueltos en este pantanoso asunto. Ben Affleck fue terriblemente ignorado en la edición de los oscar de aquel año, y bien que merecía mejor suerte su sensibilísima recreación de un mal actor, porque hasta eso hay que saber hacerlo bien; y suyas son algunas escenas de tono agridulce que se encuentran entre lo mejor de los últimos años. Puede que la academia no encajara demasiado bien un golpe tan bajo; mejor enterrar a los muertos bajo la alfombra.
Saludos hollywoodenses.
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