
Y esque RAGING BULL es casi perfecta; yo, sin querer resultar sabihondillo, prefiero TAXI DRIVER, pero no es más que una apreciación personal, porque el brutal y desolador retrato que Martin Scorsese cinceló, junto al gran Paul Schrader y Mardik Martin, sobre los claroscuros de un boxeador, Jake LaMotta, sigue siendo, a día de hoy, no sólo la más grande película sobre boxeo (lo siento por el tío Clint, pero así es), sino un viaje psicológico de una profundidad arrebatadora y una violencia visual filmada en un blanco y negro demoledor. En RAGING BULL, todo gira en torno al complejo personaje interpretado por un Robert deNiro que ya nunca volvería a tan excelsos registros; se muestra la cara menos amable del boxeo, su vinculación a la mafia, los combates amañados. Pero también cobra inusitada fuerza la violencia fuera del ring, los celos, la imposibilidad sexual, el patético vaivén de un ídolo con pies de barro incapaz de sostenerse en el último asalto. Se encuentran aquí las mejores escenas de boxeo, las más crudas, pero lo que hace realmente diferente a RAGING BULL de otras propuestas similares es la franqueza con la que Scorsese hunde la cámara en el vacilante infierno en el que termina por convertirse la peripecia de LaMotta, la del imposible héroe moderno, la del boxeador que echa la última mirada a un mundo que no le pertenece, justo antes de besar la lona.
Saludos salvajes.