jueves, 10 de septiembre de 2009

Viaje subjetivo al fondo de la creación

Un camionero charla con su compañero de viaje mientras desayunan en una estación de servicio. Una pianola mecánica se desliza por medio del stop-motion por un espacio vacío y toca por sí misma una melodía. Bach enseña a su hijo cómo tocar cierta entrada en un clave. En un mercado, un carnicero envuelve un enorme trozo de carne con una partitura, que será rescatada e interpretada. Un trasunto de Bach entra en una taberna del siglo XXI y pide cerveza. El compañero del camionero ejecuta una pieza de Bach con una armónica y éste lo escucha mientras conduce; luego llega a un motel y ensaya con su fagot. Luego descubrimos que el camión se dirige hacia una tienda de pianos, donde recibe el encargo de transportar un piano de cola. El dueño de la tienda es un maduro de esos que todos queremos llegar a ser con su edad, viviendo en un lujoso apartamento del centro; haciéndole el desayuno a nuestra joven novia, que es violonchelista, extranjera y enseña muslamen sin problema; hablando de pianos y partituras en el desayuno, porque es lo que mola. El maduro interesante se dirige, como es su costumbre habitual, a una exquisita librería de viejo, donde el dueño, con las gafas colgando de una cuerdecilla, le discute si el libro tal es del siglo XVII o del XVIII, aunque en cualquier caso puede conseguirle el ejemplar en pocos días. Una mano sin dueño traza artesanalmente un pentagrama con un tenedor mojado en tinta. Por último, un piano cae desde el vacío al mar, así que queda hecho papilla.
Entre medias de todo esto, no recuerdo exactamente sobre qué minuto, y si lo supiese tendría serios problemas psicológicos, Pere Portabella nos regala una escena maravillosa y muy difícil de rodar, en la que un vagón de metro se ve inundado de una veintena de violonchelistas, alineados y tocando la suite número 1 para este instrumento. Cámara en mano, supone un plano móvil de intensa belleza. El problema es que el resto no es que no esté a la altura, es que cada cosa que "pasa" en DIE STILLE VOR BACH va por libre, que es una cosa estupenda pero que deja al espectador con un palmo de narices. Sólo los incondicionales (que deben ser muy poquitos) saben de antemano lo radical de la nueva propuesta del veterano director catalán, uno de los cineastas más inconformistas y difíciles desde hace ya cuarenta años. Así que ¿es buena? ¿es mala?... No. Es diferente y punto.
Saludos bien temperados.

1 comentario:

Crowley dijo...

La verdad es que a mi también me dió esa impresión, que va soltando piezas de genialidad pero sin llegar a quedar ensambladas. Es un genio, diferente, pero genio.
¿Has visto Cuadecuc Vampir? Genial como utiliza metraje descartado de Jess Franco para hacer algo onírico y magistral

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!