sábado, 19 de septiembre de 2009

Vamos a contar verdades

Philippe Garrel, uno de los cineastas más lúcidos, específicos e importantes (y debe utilizarse la palabra "importancia" adecuadamente) de los últimos treinta años, es un director desconocido si no es en círculos más o menos reducidos de aguda cinefilia, pues incluso en festivales su obra ha asomado a duras penas. Garrel, el obsesionado director que fue yonqui; Garrel, el yonqui que mientras quería ser director estuvo con Nico (sí, la de la Velvet), creando desde la aguja. Garrel, demoliendo los códigos establecidos del cine moderno, rescatando el espíritu de la nouvelle vague sin recurrir a ella; Garrel insiste amargamente en que aquello acabó hace mucho, casi con mayo del 68, pero nadie le escucha. Sus relatos están desnudos, desamparados; sus personajes no son fuertes, sólo pueden deambular, llenos de contradicciones y remiendos morales. LA NAISSANCE DE L'AMOUR es un pedazo de vida que respira a duras penas, como un pez fuera del agua; es la soledad y la amargura, la de un hombre que ya no es nada, que no puede amar, que no puede ser. Es un hombre y también es otro (recital interpretativo de Lou Castel y Jean Pierre Léaud), que no paran de echarse cosas en cara, aunque los dos están acabados por el mismo motivo. Y es una oscura reflexión acerca de esos hombres anónimos, hundidos, que de repente tienen una oportunidad y deben rebuscar en su olvidada luz para empezar otra vez. LA NAISSANCE... no habla de nada en concreto, sino que enfrenta al espectador a un puñado de emociones y sentimientos; los actores transmiten esas sensaciones por cada poro, enquistados en la sublime fotografía en blanco y negro espectral de Raoul Coutard. Garrel es el más atrevido de los directores post-nouvelle vague si obviamos la corta e intensa filmografía de Jean Eustache, amigo íntimo de Garrel y al que éste dedica un sentido y estupefacto homenaje en una escena terrible, simplemente haciendo que Castel mire a un balcón desde la calle. "Allí vivía Jean"...
Garrel es capaz de coger todo el vigoroso mundo de un Truffaut o un Chabrol y conminarlo al infierno más doloroso, ése es su mundo y ése es su cine. Un maestro.
Saludos sabatinos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!