miércoles, 20 de agosto de 2008

Serpentina rígida

Bueno, me fastidia pero es la primera vez que me pasa, así que si alguien me quiere echar una mano virtual será bien recibida.
¡¿Es que no hay fotos en internet de esta película?! Es que no me gusta encabezar las reseñas con los carteles, sino con fotogramas de la misma película... En fin, manías de uno.
POULET AU VINAIGRE, del maestro Chabrol.
Muchos dicen que no es de lo mejor suyo; en el caso de Chabrol creo que eso no tiene mucha importancia al coleccionar más de cincuenta títulos desde que inaugurara oficialmente la nouvelle vague con LE BEAU SERGE hace exactamente cincuenta años. Todo un trabajador incansable.
En esta enésima aproximación a los entresijos de la pequeña burguesía provinciana gala, Chabrol destaca aspectos que quizá en sus últimos trabajos haya descuidado un poco, como su oscuro sentido del humor sentidamente hitchcockiano o personajes indiscutiblemente potentes. Recordemos que ésta fue la primera aparición del imprevisible inspector Lavardin, que luego tuvo film propio.
Personajes cínicos, moralmente discutibles; situaciones rocambolescas, a veces ajenas al imaginario español (los franceses son chauvinistas hasta para meterse con ellos mismos) y Lavardin.
No habría pasado de ser una película más de no haber intervenido el gran Jean Poiret, aunque fuese en los tres cuartos del metraje. Detective amoral, violento, de personalidad múltiple... Lavardin parece más un justiciero anarquista que un servidor de la ley. Ley que se pasa literalmente por el forro, pues sólo le interesa el fin, nunca la adecuación de los medios.
Otros aspectos destacables sería la actuación de la antigua esposa de Chabrol, Stephane Audran, en un papel con el que el viejo zorro Chabrol homenajea descaradamente a Hitchcock (PSYCHO). Y la intervención de una actriz fugaz (murió con veintipocos años) que es una debilidad secreta mía; no por sus dotes interpretativas, sino meramente físicas. Me refiero a Pauline Lafont, que para mí encarna a la perfección lo que Thomas Mann intentó (sin conseguirlo) describir en Muerte en Venecia: un ideal de belleza pura. Además era hija de otro de esos iconos imborrables de la nouvelle vague: Bernadette Lafont, quien intervino en otros trabajos de Chabrol.
Cine cognitivo, sin ausencias, de gran transparencia y poseedor de una apacidad crítica sólo atribuible a uno de los grandes artífices del mejor cahiers.
Saludos avinagrados.




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