Varios caminos confluyen de un modo que no deja de ser curioso a la hora de adentrarnos en ese juego de espejos que Sean Penn nos regaló hace unos siete años. THE PLEDGE, aun siendo una película de hallazgos, bebe de trabajos que, a su vez, también han bebido de otros y así sucesivamente, por lo que lo del juego de espejos es amplificado y multiplicado; e iremos por partes.
Hay una película española, dirigida por un húngaro, que petrificó hace cincuenta años las moldeaditas mentes de la beata y miserable dictadura franquista. EL CEBO, de Ladislao Vajda, era una propuesta adelantada a su tiempo, o mejor dicho, fuera de su tiempo; pero sobre todo de su espacio, pues no sería comparable (aunque sí curiosamente sintomático) al caso de M, donde Fritz Lang dejaba al descubierto (costándole incluso el exilio) las maldades del incipiente régimen nazi, incluso antes de que éste se hiciera con el poder. Lang se basó en un truculento suceso real acaecido en Düsseldorf a principios de siglo; Vajda, por su parte (y obviando la influencia del film anteriormente mentado), echó mano de la excelente novela que en aquel mismo año (1958) publicó el escritor germano-suizo Friedrich Dürrenmatt. Sean Penn ve la luz en 2001 y, aparentemente, el círculo se cierra.
THE PLEDGE es un film denso, incómodo, con un fétido halo de miseria moral sobrevolando todo el metraje. El personaje interpretado por Nicholson (y haremos mención aparte) se esfuerza por aportar claridad en una trama fangosa y disgustante hasta la arcada. El juego de espejos se hace patente y Penn consigue a duras penas salir airoso del (complicadísimo) envite, auspiciado por el excelente trabajo de un elenco de lujo y dotando de dignidad una historia sólo apta para estómagos endurecidos. En un momento dado (y no quiero desvelar mucho), el espectador se encuentra tan desorientado como el personaje de Nicholson, quien da la sensación de haber perdido su identidad junto a aquel juramento incumplible que, cual Sísifo moderno, avanza y avanza para no llegar a ninguna parte. He ahí el hallazgo de Penn respecto de las otras dos películas, pues es capaz de mantener el tono intrigante de la desaparición y rematarlo con la patética figura de un Nicholson desquiciado, incapaz de asumir una realidad que para él hace mucho que se ha desvanecido.
Puede contarse sin rubor este trabajo entre los tres mejores de un actor de amplios registros histriónicos que aquí se muestra sobrio y distante, con enjundia de gran intérprete; algo que no me atrevería a poner en duda a estas alturas. Junto a él, no desmerecen Robin Wright Penn, Patricia Clarkson y un impresionante escaparate de sucundarios: Helen Mirren, Sam Shepard, Vanessa Redgrave, Mickey Rourke, Harry Dean Stanton, Benicio del Toro... Casi ná, vaya.
Les juro que volveré mañana. Saludos.
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