
Todavía sigo dándole vueltas a la necesidad de hacer una película como BLACK PHONE 2, y me explico. Scott Derrickson, lo he dicho muchas veces, es ese tipo de cineasta con un talento para crear atmósferas únicas incomparable, pero que necesita guiones sólidos, inteligibles, que anclen su propuesta visual a un todo que no nos excluya como espectadores. Si algo bueno tenía la película original, era todo lo señalado por Joe Hill; personajes de carne y hueso, sumidos en una extrañeza tal que nos parece estar asistiendo a una especie de ensoñación, donde la crudeza nos recuerda que todo lo que vemos ocurre, en el plano cinematográfico, pero ocurre. Esta continuación, cogidita con pinzas, nos pide dos cosas intolerables para un cineasta que ya no es un novato: saber todo lo que va a ocurrir desde el principio y, lo que es peor, espectacularizar toda serie de autorizaciones y licencias desde la perspectiva del plano onírico, que es donde nos quieren llevar. Así, asoma la alargada sombra de Freddy Kruger por el metraje de un film previsible, desganado, que ni siquiera se toma la molestia de explotar el mal rollo del villano, reducido a una entidad "que hace cosas", y no muy destacables. Curioso, porque el talento visual de Derrickson está ahí, en imágenes poderosas, pero que nos dan exactamente igual si no hubiesen sido rodadas. Lo único que se me ocurre es un largo apéndice contractual, o yo no entiendo nada.
La palabra es inane.
Saludos.
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