No es tarea sencilla adaptar a Guy de Maupassant, un autor cuyos herméticos y enigmáticos textos se aferraban a la palabra escrita con convicción, en una economía narrativa que escondía una complejidad intertextual que habría de hilarse muy fino en pantalla con tal de no caer en el exhibicionismo burdo. Es el caso de LE HORLA, probablemente mi cuento favorito del escritor galo, que presenta el terrible dilema de una presencia maligna e indescriptible, que atormenta a su protagonista, pero sólo a él, lo que nos deja a merced de "creer" a este hombre o pensar que sufre algún deterioro psíquico. Esta versión, hecha para televisión, apenas roza la profundidad emocional y el espanto que sufre el protagonista con cada uno de estos encuentros, cayendo en una narrativa facilona, convencional, no tanto por trasladarnos al presente, sino por lo incomprensible de algunos comportamientos. Hay quien afirma que los franceses son, por así decirlo, complicados de manejar. Lo que encontramos aquí es a un tipo que se muda a una torre en las afueras junto a su mujer y su hija, pero hay ruiditos que no le permiten concentrarse en su nueva faceta de teletrabajador, lo que su jefe identifica con una tocada de huevos en toda regla. Además, alguien se bebe su botellita de agua por las noches ¿? Y, claro, nadie le cree. Como decíamos antes, quizá lo normal sería echarle una mano a quien lo necesita, pero por lo que sea este señor se ve sistemáticamente repudiado por todo cristo.
Un telefilm en toda regla, pero con muy poco novedoso que ofrecer. Lean el relato, que es cortísimo y una maravilla de extrañeza literaria.
Saludos.

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