Mi definición acerca de PIGEN MED NALEN (LA CHICA DE LA AGUJA) proviene de cierto estímulo pictórico, muy acorde con su propuesta formal, sucia, opresiva, casi desesperanzadora, pero entre cuya maraña de horrores, y sobre todo iniquidades, siempre parece destacar un débil rayo de luz, una esperanza que se abre paso, como su protagonista (inmensa Victoria Carmen Sonne), a dentelladas, aferrándose a cada pequeño resquicio en una historia que, quedan avisados, no hace prisioneros. Con un estilo de un naturalismo que a mí me recordó una barbaridad a Zola o Galdós, el cineasta sueco Magnus von Horn, de quien sólo había visto un olvidable melodrama, pone todas las cartas en su protagonista, una joven en mitad de una WWI fuera de campo, que subsiste en una fábrica textil, habiendo perdido la esperanza de volver a ver a su marido, al que da por muerto, e iniciando una idílica relación con el hijo de la dueña, que oficia de gerente, y que resulta en un embarazo con el que ambos se ilusionan hasta el punto de pensar en el matrimonio, aunque la matriarca tiene otros planes para ambos. Y prefiero desvelar apenas este comienzo, guardándome la progresiva oscuridad a la que queda sometida esta película más doliente que extrema, y que sin embargo logra la paradoja de que nos sobrecoja el interior de unos personajes y una sociedad de fealdad insoportable, y no precisamente por lo que vemos, sino por esa soledad a la que quedan expuestos desde el primero hasta el último de sus personajes, casi apéndices desbaratados y prescindibles de, exactamente, lo que nunca vemos, que es normalidad.
Su segunda mitad es tan abrumadoramente descorazonadora que me reservo comentarla, a excepción del esclarecedor monólogo final de la también espectacular Trine Dyrholm, sin defensa posible, pero que expone de golpe todas las miserias de una sociedad de la que abominarían hasta las ratas.
Terrible, y aun así extrañamente hermosa.
Saludos.

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