Acabaremos por odiar el 4:3, pero no será por películas tan magras como GODLAND, una especie de díptico introductorio a las imponentes fuerzas de la naturaleza de Islandia, coronado por una amarga reflexión acerca de las urgencias de según qué evangelizaciones, si no es que éstas suelen llegar acompañadas de sorda (y sórdida) violencia. La fotografía de Maria von Hausswolff se aprovecha del emprendido por Timo Salminen, hace ya una década, en JAUJA, de Lisandro Alonso; una fotografía, digamos, minimalista y exuberante al mismo tiempo, y que favorece planos paisajísticos tanto como primeros más cerrados. Técnicamente es una virguería, los actores dan lo que se les pide, que es poco más que expresiones calladas, mientras la narración pugna por no embotellarse en un complicado vuelco de intenciones. Se nos advierte del carácter salvaje e ignoto de Islandia aún en el siglo XIX, adonde llega un joven sacerdote danés con una doble y descabellada misión: asentar una iglesia en un punto de difícil acceso, y hacerlo por tierra, con tal de conformar una historia fotográfica de un lugar del que no se tenían documentos gráficos. Así, la primera parte relata el tortuoso camino de la partida, comandada por un hosco nativo, mientras que la segunda se centra enotro camino aún menos transitable, el de la pérdida de la fe, que puede llevar a actos terribles. GODLAND es una película importante, apabullante en según qué segmentos; un fresco de una extraña violencia contenida, no apta para espectadores impacientes, pero que alberga sus mejores recompensas en sus tramos menos evidentes.
Saludos.
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