NEVER LET GO es una película que quiere funcionar en dos direcciones diferentes, a fin, supongo, de ensayar una cierta complejidad narrativa, haciéndonos dudar entodo momento sobre los vasos comunicantes entre realidad y ficción. Quiere, lo intenta, pero su torpeza estructural nos advierte de lo complicado que es poner en imágenes lo subjetivo, o al menos que funcione. Lo mejor del último trabajo de Alexandre Aja, ya muy alejado de sus salvajes inicios europeos, es la humildad con la que despliega sus cartas, ya desde muy pronto, sabiendo que el típico relato con monstruos no es lo que nos vamos a encontrar, sino un triste descenso a la desesperación de una madre a la que se le acaban los recursos para sacar adelante a sus dos hijos. La excusa es una malévola presencia que no les permite avanzar más que unos cuantos metros, y siempre que se mantengan atados con largas cuerdas que provienen de los cimientos mismos de la casa. Este simbolismo acerca de la familia y los peligros que la ponen en duda, no siempre está bien resuelto, y es ahí donde entra el terror canónico, con sus sustos y criaturas; mejor le va haciéndonos dudar de qué estamos viendo, hasta el punto de no saber quién engaña a quién. Aja consigue su film menos garrulo y más reflexivo, lo que no significa que sea una gran obra, apenas un entretenimiento de calidad, una película sin muchas ambiciones y que nos devuelve a una Halle Berry más que correcta en su vertiente más dramática.
Se puede ver.
Saludos.
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