No lo hago nunca, pero hoy me apetece parafrasear al señor que lleva a pastar a los rumiantes (nótese la desafortunada metáfora), para hablar de SMILE 2, que pasa por ser uno de los títulos más on fire de la última hornada. Como decía, esta continuación no me molesta, al menos no tanto como para enfadarme por el dinero tirado o los minutos perdidos, que tanto da. No molesta, pero tampoco me subyuga, creándome una pátina que fluctúa desde lo muy inquietante hasta lo funcionarial (que no rutinario), incomprensible por cuanto el carrusel de atrocidades redobla a los de la primera entrega, sólo superior por ser anterior, que ya es algo. Parker Finn quiere ser muy listo, muy multifuncional, pero un visionado atento descubre a un cineasta que tiene algunos trucos aprendidos y no duda en usarlos en cuanto tiene oportunidad. El asunto es que es secuela y no lo es, porque Finn repite la fórmula cambiando los personajes, dando todo el protagonismo a una estrella pop de esas chorras que tanto se llevan ahora, y obteniendo los mejores momentos de los problemas con las drogas y la dependencia enfermiza de una madre explotadora de manual. Todo ello confluye en un estado pesadillesco, donde la realidad queda alterada, y la joven no sabe si todo es producto de su mente agotada o las visiones esconden algo más siniestro. Problemas hay muchos, como que ya sabemos lo que va a ocurrir con esos seres sonrientes, o que los personajes vany vienen sin otorgar mucho peso a la narración. El acierto, al menos, está en no escatimar truculencias, que aunque diseminadas son efectivas, por mucho que la amenaza no se perciba apenas como una especie de "tren de la bruja", lo que la hace ideal para jovencitos con ganas de emanciparse de un cine de terror más timorato.
Se puede ver, y también se puede olvidar...
Saludos.
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