Los grupos de música son como campos de minas. Los tipos hacen de guardianes de sí mismos, vendiendo carteles falsos embotellados en dos minutos y medio de filigrana cósmica. Como si hubiéramos escuchado antes otras cosas. La génesis, auge, muerte y resurrección de estos entes autónomos pueden ser rastreados como quien dispara su chinada cuatro horas frente a un cacharro de esos que echan nieve cuando los agitas. Morirías por estar allí, formar parte de ello, pero el truco es morir antes de entrar, si no no vale. A mí me tocó; momento justo y etapa justa. Lo viví y lo disfruté, y ya no queda nada, y menos mal, porque no puedo imaginar un 2024 con tanto hijo de puta suelto si no lleváramos estas corazas tan cuquis compradas por Amazon. Entonces todo iba un poco en carne viva, con olor a humanidad y silencios incómodos, porque los botellines y las caladas sustituían los 5G y su puta madre. Pero es mucho más fácil, porque todo se ve mucho más claro cuando ves la montaña al empezar, las imposturas, los ripios en movimiento, sólo hasta que Isaki Lacuesta tiene la genial idea de subtitular a J. Genialidad o corte de mangas. No hay muchas buenas películas sobre grupos de música, porque los grupos son campos minados, y las minas son golosinas de mentiras y reproches. Entonces, detrás de Sierra Nevada, respiran los esquiadores tras el esfuerzo, y tú estás llorando como lo hiciste en el 98, pagando una cerveza que no te correspondía y soñando que algo como esto podría ser posible algún día.
Y qué quieren que les diga. Si los americanos no la entienden, que los follen...
Saludos.
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