martes, 29 de mayo de 2012

Calma en mitad de la tormenta



Una de las películas más interesantes que he visto últimamente es MARTHA MARCY MAY MARLENE, no tanto por adoptar ese punto de vista tan en boga en el último cine independiente norteamericano, empeñado en la puesta al día y revisitación de ciertos esquemas clásicos para mostrarlos en todo su esplendor técnico. En realidad, lo que me atrae de la ópera prima de Sean Durkin (que dejó constancia de su talento un año antes con el corto MARY LAST SEEN) es que no elude su propia naturaleza de thriller psicológico, mostrado a partir de un único polo enunciativo, la desorientada (casi alucinada) chica con cuatro nombres del título (en realidad tres, porque el segundo es compuesto). Martha era Marcy May en la extraña secta a la que había llegado sin que se sepa muy bien por qué, pero termina siendo un Marlene, un nombre compartido para captar más adeptos. Martha se marcha un día, pero tampoco hay un shock insalvable (o no nos es mostrado); llama a su hermana, a la que no veía desde hacía dos años, y ésta va a recogerla en un mar de dudas que nunca terminan por resolverse del todo. Martha se comporta correctamente, pero parece no estar, como si el tiempo presente le perteneciera menos aún que un pasado al que asistimos en repentinos fogonazos. Conocemos a Patrick, un gurú a mitad de camino entre Manson y Jim Morrison, que es intransigente en el consumo de drogas pero cuyo "ritual de iniciación" consiste en violaciones anales a jovencitas sedadas, aparte del fomento de las pistolas y el aprecio por lo ajeno. Uno de esos capullos que tanto abundan y cuya magnética personalidad sólo necesita un grupo de gente sin ningún amor propio. Durkin impregna este pausado relato acerca de la pérdida de identidad de una violencia típicamente "hanekiana" (si me lo permiten); no hay ninguna vorágine, pero la amenaza está latente tras los pequeños detalles y las conversaciones banales. Y luego están los actores, porque gran parte del valor de esta cinta consiste en una buena distribución de los recursos dramáticos; con dos claros baluartes al frente: Elizabeth Olsen, que se enfunda y hace suyo un personaje mucho más complicado de lo que pudiera parecer y ese actor de otro mundo y otra época que es John Hawkes, un actor superlativo y ya ciertamente veterano, por lo que se entiende aún menos lo poco relevante de su filmografía, que sólo en los últimos tiempos parece haber encauzado (recuerden WINTER'S BONE o la serie DEADWOOD). Tengo que volver a verla, porque hay algunos detalles que no me han terminado de cuadrar, pero lo dije en su momento y lo reitero: una magistral lección de contención al borde del terremoto emocional. Impresionante.
Saludos con nombre y apellidos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

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