martes, 21 de septiembre de 2010
La intención sumergida
Varias cosas confluyen en LE HÉRISSON, varias y demasiado variopintas para asimilarse con facilidad dentro de un todo. Porque hay quien la encuentra adorablemente entrañable, insoportablemente cursi y hasta asépticamente moralinizadora. Demasiado para enmarcarla en un aspecto reconocible y que prenda en el subconsciente; quizá por eso pasó sin pena ni gloria y casi nadie se ha enterado de su existencia. No voy a defenderla mucho no vaya a ser que también yo me equivoque, pero creo que es de justicia tanto remarcar sus vicios, que son algunos, como ensalzar sus virtudes, que son tantos otros.
La verdad es que la ópera prima de Mona Achache se regodea en exceso en una serie de hallazgos (o debería decir "hallazgos de serie"), más allá, mucho más allá de la estimable interpretación de Josiane Balasko, que finalmente supone el único soporte de un cuento moral y costumbrista, porque la niña termina por repeler cuando en un principio pareciese lo contrario, y el vecino japonés yo no me lo creo, porque la gente o tiene debilidades humanas o sus "divinidades", a fuerza de sucederse, acaban por volverse en su contra, que es lo que tiene la caricaturización involuntaria.
Achache nos propone la enésima historia de "cultura redentora", tan improbable como efectiva si encuentra al público adecuado, claro; una pieza de cámara sin mucho refinamiento en la que una "pobre niña rica" descubre que lo guay no es tener dinero sino leer muchos libros, que es lo que hace la huraña y desgarbada portera de su lujoso edificio y con la que entablará una furtiva amistad literaria. El japonés viene ya luego y no sé si contar algo... No, definitivamente; sólo añadiré que, aunque se deja ver sin muchos problemas, LE HÉRISSON contiene un tumor incurable que la bandea por el páramo de la tramposería menos defendible, porque, sin ánimo de desvelar nada. sólo diré que la niña sólo sirve para provocar lástima con su plan, repetido en el guión hasta la náusea, y luego todo queda en agua de borrajas, lo que no es más que un recurso fácil de narrador mediocre y debemos achacarlo a la novelista Muriel Barbery, quien supuestamente se basó en su propia experiencia, cosa que a estas alturas nos da igual, la verdad.
Saludos pinchados.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
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