Si ya es difícil encontrar papeles dignos para una actriz en el cine actual, cuando se trata de una sexagenaria la cosa ya es casi una utopía. Afortunadamente, todavía hay quien sabe buscar las historias donde otros piensan que sólo hay rutina.
Así, Roger Michell, autor de la soporífera y previsible NOTTING HILL, gira en redondo y se descuelga de ese ambiente dulzón y gastado con una propuesta que, paradójicamente, pasó desapercibida, lo que no deja de ser sintomático.
THE MOTHER comienza con una serie de planos cortos, a quemarropa, que deberían formar parte de la historia del cine. Una pareja de ancianos (sesentaytantos) despertándose, con todo el peso de la rutina sobre ellos, con la voz en off de una mujer que odia su vida pero no se queja; las zapatillas de fieltro bajo la cama, el té de todos los días, la rutina, la rutina, la muerte...
Desde esos estremecedores primeros minutos, la idea de la muerte como única salida se hace patente. Vemos las dos caras de una mujer, por delante buena esposa, por detrás esclava de un matrimonio no deseado que ha hecho de ella lo que nunca quiso ser.
El marido muere y el cambio es patente y la propuesta de Michell asombrosamente arriesgado. La mujer (la madre) se instala en casa de su hijo y allí se encuentra el fornido Daniel Craig realizando trabajos de reforma y, de vez en cuando, acostándose con la hija, que también se deja caer por allí. En estas, surge la pasión dormida de una mujer que recupera una sexualidad que nunca había perdido. Anne Reid, conocidísima actriz de teatro y televisión británica, salta sin red, en todos los sentidos. Simplemente, para que me entiendan, se pasa por la piedra a Craig, y puedo asegurar a quien no la haya visto que se tratan de tórridas imágenes sexuales y no de manoseos cutres.
El tema, ya de por sí, es escabroso si se expone a un juicio de moral pública, pero es que Michell se atreve aún más y destapa a Craig como un simple chantajista que se aprovecha de la situación para lucrarse, mientras la extasiada y enamorada "madre" es incapaz de ver más allá de sus renovadas hormonas, por lo que se producen algunas imágenes que rozan el patetismo e incluso el masoquismo más desaforado.
He aquí un director con talento y valor que es capaz de desmarcarse de una trayectoria que se suponía ascendente y muy comercial, para adentrarse en terrenos más personales, con personajes de gran hondura psicológica y enfrentándose (como sólo los grandes se atreven) a cualesquiera prejuicios conservadores. Aunque, en su favor, tampoco está nada mal contar, nada más y nada menos, que con Hanif Kureishi en el guión. Muy muy recomendable.
Maternales saludos.
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