miércoles, 3 de septiembre de 2008

Orgasmo cinéfilo

Algunas veces he quedado (impresionado no sería un término correcto) cavilante ante el dificilísimo ejercicio de comprender motivos y filiaciones de la cultura norteamericana. Tras esas barras y estrellas late un sentir que es cercano pero que se nos escapa. Una sensación muy extraña y que emborrona desagradablemente las buenas pulsaciones, que también son muchas.
Nunca he admirado a George Lucas como director de cine porque no me parece un director de cine, así de sencillo. Pero justo antes de que este mercader de las emociones decidiera inaugurar ese parque temático llamado STAR WARS, Lucas tuvo una última y clarividente visión, casi lo podría llamar un orgasmo cinéfilo. En poco menosde dos horas, condensó cada molécula del inasible imaginario americano, lo agitó dentro de un recipiente cuasimitológico y dejó que los personajes (no por estereotipados menos ciertos) hablaran.
Hay un indescriptible tono agridulce en AMERICAN GRAFFITTI que no sólo la convierten, de lejos, en el mejor trabajo de Lucas, sino que la elevan a la categoría de palimpsesto estadounidense. Nos complace muchas veces el descargar nuestros miedos y frustraciones sobre el amigo americano, no lo negaré, ¿pero nos hemos preguntado de dónde viene todo esto? ¿Por qué esos marcianos tan terrenales nos parecen al mismo tiempo pérfidos e ingenuos? ¿capaces de lo mejor y lo peor sin apenas inmutarse? Grandes misterios de la democracia, diría Rousseau.
La película en sí, para los pocos que aún no la hayan visto, no cuenta nada más que el último paso de unos personajes enclavados en esa ingenuidad delirante que resultó de los años de la II guerra mundial y la consiguiente guerra fría con el bloque soviético. Estados Unidos fue, a partir de entonces, el centro del mundo, y sus pobladores, adalids de la libertad y los valores democráticos.
Lucas acierta de pleno al dejarnos a estos personajes tan típicos absolutamente al descubierto, por lo que el alarmado europeo agradece sobremanera esa guía de arquetipos y se siente más cercano que nunca a ese "otro mundo".
Luego, el ritmo es impecable; la música impagable y las actuaciones logran que nos olvidemos de que todo ese microcosmos nunca más volverá. Lo sabemos.
Saludos rockeros.

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No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

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