De vez en cuando, muy de tarde en tarde, el cine no quiere saber nada de nacionalidades y confederaciones; se desmarca del concepto "empresa" o "industria" y vuela a lo largo del imaginario en simbiosis del creador y su público. En España, sabéis que es algo que me cabrea sobremanera, los politicastros, organizadores de "eventos", títeres mansalveros y difusores de la (des)información, tienen la insana costumbre de reclamar como suyo lo que simplemente desconocían antes de que existiesen, y esto es bastante fácil de entender, pues no hablo del crítico serio y comprometido, que ama aquello de lo que habla y sitúa su labor siempre en una vigilancia de diferente altura a la que el creador ocupa. Y si no, cae irremisible y miserablemente en la suposición anecdótica y ultrainfluenciada.
Hace 64 años (y ya ha llovido), en España todo era reducido, controlado y tamizado por una curiosa e incuestionable forma de ver la vida, que mantenía unos valores tradicionales como cohesión de dicho tegumento y daba la falsa impresión de un prometedor "renacer", pues era omnipresente la figura del salvador de la patria, cuyo nombre me ahorro y así no me enrollo demasiado.
Como decía, en 1944, este país vocinglero y fastuoso; fascinante y torpón; contradictorio y magistral, tuvo ya su particular toque de fondo. La posguerra y sus miserias; la falsa moral y los apóstoles de la pureza mediante el sufrimiento.
Edgar Neville eligió ese año para rodar LA TORRE DE LOS SIETE JOROBADOS, por lo que dios, efectivamente, existe. Se trata (para quien no la haya visto) de una de las películas más importantes de la ciencia-ficción de todos los tiempos, un clásico inalterable que sigue dando lecciones a quien quiere rodar fantástico y no sabe, porque es muy difícil.
Neville, hijo de un industrial inglés y una condesita española (título que él mismo heredaría), fue paradigma del librepensador independiente y culto, que fascinado con la inabarcable cultura española, decide "filtrarla" él también, a su modo, sólo que con una visión infinitamente más vanguardista y amplia. La historia del fantasma del doctor Robinson de Mantua, que se le aparece a un atónito Antonio Casal y le revela la existencia de un complejo laberinto subterráneo donde cientos de jorobados perpetran malignas acciones, tales como el rapto de eminencias para lograr su propósito: dominar el mundo. El resto pueden imaginarlo. Ya que la acción se desarrolla a finales del XIX, el relato cobra una sugestiva pátina de instantánea romántica que nos deriva hacia los improbables terrenos de lo onírico, a lo que contribuye decisivamente el halo expresionista de Neville. La circundante idea de las logias secretas, tan en auge por aquel tiempo, se convierte así en el principal motivo y motor de esta legendaria y magistral cinta, que cuenta, además, con la excelente participación de la primera estrella de aquel momento, Isabel de Pomés y un impresionante Félix de Pomés (padre e hija) como el doctor Mantua, en una caracterización inolvidable. El resto pertenece ya a la verdadera y escasísima historia del cine español, el que nunca entendió de disputas y contrariedades y se dedicó, al igual que su superdotado director, a retratar lo que veía bajo la única influencia de la creación, desdeñando esa tendencia llorona de complejo de inferioridad ibérico respecto de otras filmografías vecinas. Rescátenla y libérense de prejuicios. A Guillermo del Toro le habría venido de madre verla antes de perderse en su propio laberinto.
Jorobados saludos.
1 comentario:
Como siempre mi ignorancia esta a salvo gracias a blogs como este, me apunto esta película para que no pase mas tiempo sin verla, muchas gracias por la información!
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