Hoy tocaba improvisar, no podía ser de otra manera. Me habría sentido mal conmigo mismo de no haber intervenido el curso natural del blog y colar THE HUSTLER; que podría haber sido otra cualquiera, Newman da para eso y más, pero he elegido la que más me gusta.
Lo fundamental en la cinta de Robert Rossen (otro nunca suficientemente reconocido) es esa ética y estética del perdedor feliz de serlo, consciente de serlo. El ganador no vende, es un duro comercio.
Paul Newman está sublime, no puede (ni debe) existir otro Eddie Felson; hablamos del perdedor por antonomasia, la arrogancia vencida finalmente por el peso de la vida. Y siempre es la misma historia. El joven con talento que cree estar por encima de todo y de todos; y quizá sea cierto, pero precisamente es eso lo que acaba por derrotarlo: carece de perspectiva para medir lo que le rodea, cree ser un superhombre. Por eso no para de beber, por eso se pasa interminables horas jugando al billar, desafiando(se), sin ceder al sueño. Del otro lado, Jackie Gleason, magistral como el gordo de Minnesota. La otra cara de la moneda. Más astuto, más taimado, más desencantado; con menos talento, pero con más vida. El duelo entre estos dos hombres sobre un tapete verde trasciende lo meramente competitivo y en la película incluso lo fílmico, para convertirse en Aquiles contra Héctor, o Ahab contra Moby Dick. Febrilmente, acompañamos a Felson en su duro despertar, a golpes, sin posibilidad de victoria, pues le es imposible retirarse, no le basta con vencer al gordo y que él lo reconozca: quiere acabar con él.
THE HUSTLER anticipa al Travis de Scorsese y da una lección de ritmo cinematográfico que deja al espectador sin aliento. Casi todo el cine posterior tiene, así, una gran deuda pendiente con Paul Newman, Robert Rossen y esa mesa de billar...
Saludos directos a la tronera.
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