El título de esta reseña es también el de uno de los primeros libros de Philip Roth, uno de los autores vivos que más respeto. Busquemos identificaciones.
Roth suele hablar mucho de la estupidez humana, pero transmite una gran ternura al hacerlo, como un padre que es incapaz de castigar a su hijo; como un derrotado más, que no puede eludir su propia languidez y circunstancia.
La película que ha encumbrado al mexicano Alfonso Cuarón habla, sobre todo, de esto mismo. THE CHILDREN OF MEN es STALKER más que BLADE RUNNER (como pretenden hacer ver muchos ignorantes); o THE PLANET OF THE APES mucho antes que INVASION OF THE BODY SNATCHERS. Sobre todo porque Cuarón no es director de ciencia ficción, sino un muy notable director de cine, que es difícil ahora mismo pero de narices. Porque la supuesta espectacularidad de la cinta responde acertadamente a los parámetros que ya se describían en la novela de P.D. James y, además, es que no puede ser de otra manera. Se está intentando narrar los penúltimos coletazos del ser humano sobre la tierra, un apocalipsis que, muy inteligentemente, no viene dado por su capacidad de destruir, sino por una súbita incapacidad para procrear. Acojonante ¿verdad? Me encandila Cuarón con su forma de rodar las escenas de acción, con un multicampo que SÍ aprovecha las últimas tecnologías, como si Orson Welles buscara otro comienzo para TOUCH OF EVIL. Lo vemos casi todo, el espectador se siente prácticamente dentro de la acción y, por si fuera poco, existe un gran trabajo de producción mucho más relevante que el de retoquitos digitales. El film se ve sucio, arañado, capaz de transmitir esa violencia sin sentido dentro de una espiral de desquiciamiento global.
Si no recuerdo mal, con Cuarón ya he cerrado ese imaginario círculo de directores mexicanos que han salido triunfantes en los últimos años vía Hollywood y, siendo justos, me atrevería a vaticinar mejores cosas para éste que para del Toro e Iñárritu, a los que veo cada vez más diluidos en sus propias obsesiones. Puede que Cuarón no sea un autor con mayúsculas, pero como director de encargo atesora una calidad profesional que sólo soy capaz de otorgar a consagrados como Cronenberg o Fincher.
Saludos de papá.
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