martes, 10 de junio de 2008

Una cierta frontera emocional

Bueno, supongo que será algo de sobra comprobado a estas alturas por la hinchada indéfila que se intenta por parte de este modesto redactor un cierto repaso por lo más granado del séptimo arte, tratando, al menos en estos primeros e inciertos meses, de no repetir autor, aunque espero no dejarme alguno en el teclado.
Para regocijo del gran cinesnablista Wedge, mitómano impenitente donde los haya, estaba claro que había ya una cierta demora en cuanto a uno de sus (nos) directores favoritos, el gran Woody Allen.
Personalmente sigo prefiriendo el incontestable derroche de imaginación verborréica y ególatra de ANNIE HALL, pero ¿para qué engañarnos?, la película por excelencia del "neuroyorquino" es MANHATTAN.
Por muchas razones, pero fundamentalmente porque supone el perfecto manual introductorio a las obsesiones y hallazgos de este genial bufón de nuestro tiempo. Todo Allen está en MANHATTAN al igual que toda New York está en Allen, o por lo menos su vertiente más cinematográfica.
Es cierto que Woody Allen es un creador que sigue reinventándose a sí mismo constantemente, conocemos todos sus giros y salidas y, sin embargo, nos siguen emocionando, nos hacen reír, llorar, pensar... Creo que en eso consiste la verdadera magia del cine, en encontrar su auténtico lugar cada vez, independientemente de las veces que seamos testigos de su fascinante liturgia.
Allen se desnuda y confiesa, no le importa esa imagen de tierno perdedor marciano y derrotista, al final todos (sobre todo los hombres) tenemos una cierta y malsana envidia ante este tipo que, utilizando el ingenio como antídoto a su natural torpeza, es admirado por las mujeres que le rodean, y este es el verdadero sueño de todo hombre, lo cual pone de relieve, sobre todo, lo poco que conocemos del sexo opuesto y lo engañados que estamos al sentirnos ufanos de lo contrario.
Y también están esas típicas escenas a lo Cassavettes alrededor de una mesa con varias personas departiendo sobre lo divino y lo humano. Y la música de Gershwin, que casa a la perfección con esa melancólica fotografía (sobre todo sublimes los exteriores; por favor, revísese cien veces la fotografía que encabeza esta reseña) en la que todo el film parece estar suspendido, casi en un estado extrañísimo de atemporalidad, dado que Allen siempre ha presumido de su contemporaneidad. Está ese intento bienhumorado de aprehender lo eterno de la nouvelle vague en un puñado de frases que pasarán a la historia (¿A que sí, Wedge?). Y el intento desesperado por acercar (mundanizar diría yo) el refinamiento de las artes; en casi todas sus películas, Allen va al cine, o a un museo, o a un concierto, o integra con naturalidad a pesos pesados de la literatura como si fueran de la familia.
En definitiva, como tampoco me gustaría hacerle la pelota a un tipo que desde hace algunos años parece haber entrado en barrena de la peor manera, es decir, establecido en un confortable semiendiosamiento, terminaré recomendando esta y las 15 o 20 películas que están entre TAKE THE MONEY AND RUN y MANHATTAN MURDER MYSTERY, la última suya que considero sobresaliente.
Saludos rapsodianos.

1 comentario:

wedge dijo...

Comparto el mismo sentimiento que este neoyorquino neurotico,nos hace sentir cada vez que miramos y admiramos cualquiera de sus multiples peliculas,con sus dilemas morales y sus fobias consigue siempre arracarnos sonrisas,que desembocaran en carcajadas,algo que a dia de hoy muy pocos o mas bien poquisimos son capaces de conseguir,mi enhorabuena por la critica,señor DVD y animo a todos los indefilos a que se adentren en su hipocondriaca filmografia.

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!