sábado, 7 de junio de 2008

Perdón, olvido, ignorancia

Al final todos sucumbimos. Tras acabar de redactar la reseña de ayer, me entró una extraña morriña nórdica (supongo que a causa del incipiente y creciente calor estival) y he decidido rescatar al gran maestro danés.
Prometo hablar más adelante de su opus magna, la inabarcable ORDET, probablemente entre las diez maravillas de todos los tiempos.
Pero hoy me ocuparé de otro título significativo que se resiste, 65 años después, a abandonar el estatus de obra de arte.
DIES IRAE es continuadora de la gran tradición teatralista escandinava, de la cual Strindberg podría ser el maestro, Dreyer el continuador en celuloide y Bergman el discípulo aventajado y encargado de difundir definitivamente los códigos de la puesta en escena filosófico-reflexiva.
Pero dejémonos de sesudeces varias y hablemos de una película que primero denuncia la tozudez y crueldad con la que la iglesia ha fustigado a lo largo de incontables siglos tanto a la VERDAD como a la LIBERTAD, de las que siempre se ha creído guardiana y defensora.
Asistimos a la época medieval, en la que el miedo se hallaba instalado en el centro de todo y se nos muestra un insólito triángulo amoroso en el que nada puede salir bien. Un pastor ultraconservador, su mucho más joven y maniatada esposa y el hijo del primero que llega de visita. Con estos mimbres aparentemente sencillos, Dreyer invoca a todos los demonios provenientes de cualquier tipología de naturaleza trágica y lleva dicha tragedia hasta sus últimas consecuencias.
La joven esposa, harta de su semiesclavitud, seduce al hijo del pastor mientras los inquisidores ojos de la madre de éste (auténtica encarnación de la acusación eclesiástica) le hacen la vida imposible, manipulando al incrédulo pastor en su contra.
Para terminar de liarlo todo, una campesina conocida de esta singular familia es acusada de brujería y busca refugio en casa del pastor, donde la mujer se ofrece generosamente a ocultarla. Evidentemente, la anciana es descubierta, la nuera acusada de ocultar a una bruja y, de paso, la suegra aprovecha para poner definitivamente al descubierto la "escandalosa" relación entre el hijo y la madrastra. Uf!
Bueno, respiremos. Lo que sigue es el juicio sumarísimo en el que la mujer es acusada también de brujería, gracias a unas cuantas sesiones de tortura aplicadas convenientemente a la campesina y mostradas con gran crudeza para la época. El final de ambas se lo pueden imaginar.
Tantas idas y venidas podrían haber convertido a este clásico en un pastoso melodrama lacrimógeno, pero hablamos de un maestro de la puesta en escena que, además, arremete duramente (no sé cuál podía ser el efecto de un posible visionado en el Vaticano) contra la intolerancia, la sinrazón y la vergüenza, que se trata de enterrar por todos los medios.
La gran diferencia entre ORDET y DIES IRAE quizás sea que el apabullante misticismo de la primera en la segunda se convierte en todo un obús de realidad que denuncia a los denunciadores con la dosis justa de perdón y olvido, pero nunca accediendo a la confortable ignorancia.
Ardientes saludos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El miedo sigue presidiendo la vida del hombre hoy.

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!