No sé si se llama hidrofobia o qué, pero lo cierto es que le tengo puro pavor al océano. Y como se acerca una fecha en la que tendré que vérmelas sí o sí con el gran azul, he decidido emprender toda una terapia de choque.
A principios de los ochenta estaba Wim Wenders. Y Fassbinder. Y Herzog. Y también Volker Schlöndorff. Eso era el grueso de la cinematografía alemana por aquel tiempo, hasta que un tal Wolfgang Petersen (¿a que les suena de algo?) se sacó de la manga uno de los debuts más rotundos que mi memoria alcanza a retener ahora mismo.
DAS BOOT es el cine de aventuras por antonomasia. Un mazazo terrible que no da lugar a la discusión. Un sublime ejercicio de estilo que recuerda, por ejemplo, a THE LOST PATROL, del maestro Ford; o a PATHS OF GLORY, por su antibelicismo ultraconsecuente. Y cuyo esquema y soporte (y este dato es de vital importancia para comprender el alcance de esta cinta) ha sido luego cien veces imitado en cintas de mayor o menor fortuna, como CUBE, PANIC ROOM o la desastrosa THE HOLE.
Sea como fuere, DAS BOOT le abre las puertas de Hollywood a este teutón primerizo y, por lo tanto, como no podía ser de otra manera, lo absorbe, deglute y finalmente tira al cubo de los desperdicios, donde actualmente se encuentra. No, no iba a ser éste el mismo caso de los Lang, Lubitsch o Wilder, evidentemente.
Sobre la película, lo primero es recomendarla encarecidamente a quienes no la hayan podido disfrutar (o sufrir, según se mire); su trama no es nada compleja, sino que basa toda su fuerza narrativa (que es mucha) en una atmósfera opresiva al máximo, que da la impresión al incauto espectador de una falta de aire permanente.
La historia, contada desde sus mismas entrañas, de un submarino alemán en plena segunda guerra mundial y su tripulación, que se ven imposibilitados de subir a la superficie por el constante asedio de las bombas británicas, con todo lo que ello conlleva y que dejo dulcemente a elección de los indéfilos que quieran revisar esta obra maestra que fue nominada, nada más y nada menos, que a seis oscarcitos de nada.
Y es que los alemanes siempre terminan llevándose el gato al agua ¿no?
Saludos... ¡Glub... glub...!
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