Éste podría ser un artículo ciertamente mosqueante, donde la gente tuerce el gesto, se buscan volubles complicidades y hasta puede que haya algún que otro pataleo.
Intentaré explicarme.
PARIS TEXAS pertenece a ese tipo de películas sin género ni gracia; con cierto aura pero carente de alguna definición tremenda y universal... Es decir, ese tipo de películas que se llaman (porque no se les puede llamar de otra manera) de culto y que nadie se atreve a criticar porque les cambió la vida la primera vez que la vieron.
Y es más que probable que todo esto sea cierto, también yo guardo un enorme respeto por esta etapa del esquivo Wenders, aunque quizás prefiera DER AMERIKANISCHE FREUND y, sobre todo, esa obra incomparable de lo instantáneo que es LIGHTNING OVER WATER.
Por mucho que quiera, no puedo encontrarle un sentido intrínseco a PARIS TEXAS, realmente no sé de qué va, o mejor dicho, qué quiere contarnos en realidad el director. Es verdad, también yo caí en su momento cautivado por su hechizante autismo formal; recuerdo (tendría unos catorce años) mirarme a un espejo tras verla y decirme: "Qué buena película has visto". Lo cuál resulta bastante curioso al tratarse entonces de una mirada infinitamente más inocente que la que ahora poseo... ¿gana el film con ello? Muchas películas tratan de incluir ese elemento fascinador tan escurridizo y que parece más fruto del azar que del talento. Sabidas son las dificultades que tuvo Wenders para filmar semiclandestinamente en la frontera de México y lo poco que los actores sabían del guión a desarrollar. Por ahí podría ir la cosa.
Sí, seguro que hay películas mucho más crípticas, pero el problema, según mi punto de vista, no es ése, sino la imposibilidad, 20 años después de verla por primera vez, de que esta historia de desencuentros, soledades, incomunicaciones y desiertos varios me haga conmoverme más allá de la pura razón. Eso que los entendidos llaman eternidad y que pertenece al club de los Ford, Hawks, Walsh, Huston o, precisamente, el propio Ray, el gran ídolo de Wenders. Y es que esos, fíjense bien, hasta te contaban una historia.
Saludos desde la frontera.
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