miércoles, 4 de junio de 2008

Dentro del laberinto

PSYCHO es más que una película. Es la fundadora de un género, el cine de psicópatas asesinos, y contiene tantos matices que podríamos hablar de dos y hasta tres personalidades en una, la auténtica cinta esquizoide.
Aún nos sigue descolocando su fetichismo adelantado para la época, sus trazas de travestismo, la imposibilidad de entender a Norman Bates.
Hitchcock nos mete en un callejón sin salida donde la tragedia se palpa ya desde el principio. El hecho de que las víctimas no sean precisamente unos angelitos hace que, de repente, sintamos incluso cierta empatía con un tipo cuya motivación es simple: matar.
El problema está en saber quién es el verdadero asesino. Éste podría muy bien ser la víctima. De su doble identidad, de su dificutad en las relaciones sociales, de su aislamiento "forzado".
¿Es todo esto posible? El genial director británico borra todo esto de un plumazo utilizando un memorable primer plano (el último) de la cara de Bates. Si pudiésemos haber experimentado alguna simpatía durante el film, nuestro sentimiento final es de profunda repugnancia. Se ha jugado con nosotros, se nos ha manipulado sutilmente, y eso es sólo cosa de los más grandes.
Luego está la ducha, que supone un alarde de montaje y utilización del sonido y la fotografía. Y esa casa que es tan terrorífica (si no más) que lo que alberga.
PSYCHO es, por tanto, el origen al que deben mirar todos esos aficionados al terror malsano para comprender que siempre fue más efectivo sugerir que mostrar y que ya es una idiotez vover una y otra vez a los mismos recursos.
Se puede decir lo que se quiera, pero esa rareza que hizo Gus Van Sant supuso una gran voz de alarma para el cine de terror: hemos perdido gran parte de nuestra capacidad de asombro.
Pero hay que leer entre líneas. Buena película para ello.
Maternales saludos.

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No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

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