CONCLAVE fue, en un diabólico juego de espejos, la película con la que todos contaban, y que terminó presa de sus propias incongruencias a la hora de participar en un certamen como los oscar. Como película en sí, nada a reprochar. Edward Berger tiene buen pulso, no se sale ni un milímetro de su dialéctica, bastante clásica, entendiendo las claves contenidas en la audaz novela de Robert Harris. Y si el trasfondo de la elección del nuevo Papa le otorga el empaque del privilegio de enquistarnos en los interiores de un lugar habitualmente inaccesible, su desarrollo, más cercano al de una intriga repleta de traiciones, le da un aire de disculpa que no necesitaba, minimizando su supuesta crítica a la Iglesia al entrar en personalismos superfluos. Por tanto, buena película, correcta, nada sísmica, con algunas interpretaciones magníficas (Fiennes, Lithgow, Castellitto), pero dispuesta a perderse en su propia dispersión argumental, y amortizando sus (pocos) aciertos en un desenlace que hiede a concesión a todas las cuotas que se les ocurran, lo que, sorprendentemente, no es nada sorprendente.
Parafraseándola: no podía ganar.
Saludos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario