Un poquito más de los oscar, para preguntarnos el porqué de la estatuilla para Kieran Culkin, no porque su trabajo en A REAL PAIN no lo merezca, y de hecho es uno de los más depurados de esta edición, sino porque Culkin es no ya el protagonista de este irregular film, sino lo único interesante de una historia con un freno de mano gigantesco, consciente y buscado. La sombra de Alexander Payne sobrevuela incesantemente la peripecia de dos primos que vuelan desde Nueva York hasta Polonia tras la muerte de su abuela, superviviente de un campo de concentración. De ahí, de la pausa, la naturalización, el detalle emocional del cineasta de Nebraska, obtiene Jesse Eisenberg los (pocos) hallazgos de una historia que se sabe y desarrolla poco interesante, dejada a algunos destellos de Culkin, cuya potencia expresiva no necesitaba apenas el puñadito de acompañantes, comparsas siquiera, en un trayecto que hubiese dado igual hacia qué dirección se expandiese. En este caso, el componente diferencial proviene de una velada crítica a esos tours, siniestros de por sí, cuya frivolidad se redobla al tratarse de un "turismo del horror", al que el "protagonista" se refiere en el momento álgido, del que sale airoso sin caer en el speech vacuo, dejando esquirlas de intérprete maduro. Eisenberg, empero, no es Payne, y dudo mucho que logre imitarlo decentemente, no digo nada de encontrar una voz propia, claro está. Y con todo, una película que se puede recomendar a cualquiera, sabiendo que su digestión es ligera y de sabor matizado.
Saludos.
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