Comienzo aceptando que me interesan mucho las películas de zombis, puede que llevado por esa fascinación que provoca ese tabú de asistir al renacimiento de lo que ha dejado de existir, por mucho que los títulos verdaderamente prominentes en este género sean contadísimos, al menos en comparación con el número de bazofias que se producen sistemáticamente. En ese sentido, me sorprende la mala acogida, ni siquiera tibia, que ha tenido una película tan reveladora como HANDLING THE UNDEAD, un pequeño film producido por Zentropa y el director Tomas Alfredson, y que tuvo cierta relevancia en el último festival de Sundance. Supongo que debe ser impactante no ver zombis corriendo, saltando ni despedazando a émulos de Rambo, mientras explosionan helicópteros y nos salva el presidente de los Estados Unidos (de América). En ese caso lo entiendo, porque lo que propone Thea Hvistendahl (adaptando la novela de John Ajvide Lindqvist) es el shock emocional de tres familias con tres pérdidas muy diferentes, pero igualmente insuperables. Una joven madre que sobrelleva los días junto a su padre, tras la muerte de su hijo; una mujer que pierde la vida en un accidente de tráfico, justo cuando parece que ha encontrado la felicidad con su nueva pareja; otra mujer, ya anciana, que acaba de despedir a su compañera sentimental de toda la vida. Sin entremezclarse, las tres historias conviven en armonía, tomándose su tiempo para poner en imágenes ese calvario de no encontrar sentido a la existencia, la persona que deja de existir de la mañana a la noche o la despedida a sabiendas de que la propia está ya cerca. La propuesta nos lleva hasta ese momento irreal, pero contado con una naturalidad que asusta, en que estos fallecidos vuelven, y es entonces cuando todas esas preguntas (bastante idiotas) nos son contestadas con la misma naturalidad: "Los muertos vuelven ¿pero en qué estado?" "¿Nos reconocerían?" "¿Tendrían algún propósito que desconocemos?". Puedes intuir la anomalía, esa "antinaturalidad" colándose en el plano. Los ojos de pez muerto, la mirada perdida, esa no pertenencia sin pedir estar allí, que en el último tramo del film se torna totalmente devastador. No es terror en sí, sino un malestar jodidísimo, que te deja hecho polvo, ya digo, sin vísceras colgando ni decapitaciones.
De achacarle algo, sería haber ido un pasito más allá en poner a prueba la resistencia emocional (y moral) de unos espectadores, por lo que he leído, bastante apesebrados, pero tampoco podría yo pedir tanto a un debut que me parece de una madurez arrolladora.
De lo mejorcito que he visto en lo que llevamos de año.
Saludos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario