viernes, 28 de marzo de 2025

Películas para desengancharse #137


 

Y SPARTACUS, o la película tras la que hacer peplums debería haber dejado de tener sentido. Espectáculo total, desafío al normativismo impuesto por las majors, bomba de elocuencia humanista en mitad del repugnante vasallaje de la caza de brujas en Hollywood, o simplemente el nuevo aldabonazo de un director sin límites y que expandía las claves para la renovación del cinematógrafo, usando su dominio del lenguaje clásico. Apenas hay que ensayar un ejercicio de imaginación, para detectar, en las mínimas escenas rodadas por Anthony Mann, cómo el canon se diluye en manos de Kubrick, apabullante en la armonía que logra entre un intimismo que va de lo tierno a lo atrevido (consigan la versión con la escena de los caracoles), y un despliegue en la épica que, haciendo cabriolas con mi mala memoria, y obviando al inalcanzable dios Griffith, sólo he visto igualar a Gance y Bondarchuk, que viene a ser la cátedra definitiva sobre cómo escenificar una batalla a campo abierto. Es una película demasiado grande, que te mira desde arriba para seguidamente, como el propio Espartaco, posar su mano de camarada en tu hombro y mirarte de igual a igual. El guion de Dalton Trumbo se abrió paso, incluso remarcando mucho de lo ya apuntado en la extensa novela de Fast, que es proclive a la confusión de críticos miopes, cuando no embrujados por esta colosal demostración de poder retórico. Para la historia, la mejor composición de Alex North (ese prólogo en negro...); la voladura de cabeza de Russell Metty, que ganó con todo merecimiento el oscar, y que rezuma una modernidad que es jodida de encontrar en aquella época (hablamos de 1960), descubriéndonos muchas de las obsesiones visuales que posteriormente plagarían la filmografía de Kubrick. Y luego está ese reparto, que es como ir a una partida con un repóker, o qué sé yo. Si icónico, tallado en bronce, ha quedado el Espartaco de Kirk Douglas, todo integridad, fiereza, humanidad, paradigma de la imposible lucha del individuo contra los poderes fácticos; parece una broma ridícula aunar a un incipiente Tony Curtis, el grandísimo Woody Strode (inmortal su escena de lucha), una Jean Simmons que nunca estuvo tan repleta de matices, un terrorífico Laurence Olivier perdiendo los estribos en lo que no puede ser más que una obsesión de amor y odio hacia ese enigmático esclavo tracio, con un aparte al tándem compuesto por Peter Ustinov (ganador también del oscar) y Charles Laughton, para los que cualquier apreciación que yo pueda hacer quedaría incompleta. SPARTACUS, de ser algo, es ese puente entre lo clásico y lo rompedor, un manual y una oportunidad dorada que nos indica una deriva para el cineasta que quiera pensarse como inconformista, aun a sabiendas de que "este cine" parece pertenecer a una órbita inalcanzable en estos tiempos de sonidos enlatados e imágenes autocensuradas.
El cine vive libre o no vive.
Obra maestra absoluta e intemporal.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

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