Antes de que Guillermo del Toro decidiese abandonar el tequila y las fajitas y trasladar sus sudores de cuate miope y fanzinero desde Hollywood hasta Somosierra, en México se ensayó acerca del terror más clásico no pocas veces, muy especialmente en los sesenta y setenta. Adentrarse en este proceloso mundo, teniendo en cuenta lo dañada que está nuestra percepción por culpa del "canon gringo", requiere gran paciencia además del enternecimiento con el que nos enfrentamos actualmente, por ejemplo, a aquellos lejanos trabajos de Chicho Ibáñez Serrador. Y es que mucho de esto hay en un título mítico de la cuna Azteca. EL LIBRO DE PIEDRA, que el año pasado cumplió cuarenta años y de la que ya se ha rodado la correspondiente versión 09, tiene todos los defectos propios de la serie B, que la dota de un encanto casi entrañable, y acumula una serie de aciertos difíciles de encontrar en el acelerado panorama de hoy en día. La historia nos la sabemos desde primera hora, y aun así no deja de transmitir un mal rollo digamos... "saludable". Julia es una institutriz de imposible pelo cardado que es contratada por Eugenio Ruvalcaba, un tipo que siempre va con traje, habla como Constantino Romero, bebe whisky a todas horas y está forrado por ignotos motivos. Julia tendrá que hacerse cargo de la educación de su hija Silvia, una típica niña mexicana, rubia con tirabuzones y ojos azules, que no para quieta. Luego está la nueva mujer de Ruvalcaba, que parece la Lupe trasnochada, y unnamigo que viene demasiado a menudo a visitarlo para gorronearle whisky no más. Pues resulta que hay una inquietante estatua en las lindes de la hacienda (ver foto) y la niña dice que tiene un amigo invisible con el que tiene invisibles encuentros. La conexión entrambas cosas se la dejo a ustedes. En definitiva, terror creado a base de atmósferas y sugerencias, porque aquí no verán sangre ni vísceras, ni siquiera los inefables sustitos, sino una bizarra mirada a Henry James y la mejor tradición de terror gótico del XIX. No he podido ver la nueva versión, pero dudo mucho de que aporte alguna novedad respecto a este curioso clásico al que merece la pena acercarse.
Saludos incólumes.
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