viernes, 25 de abril de 2025

Películas para desengancharse #141


 

Nominamos a las películas con un curioso velo de opacidad, elocuencia y perspectiva. Normalmente, casi siempre, el "clásico" lo es por inmanencia, mientras que hablamos de "rupturismo" todo aquello que absorbe y agrede, al mismo tiempo, la época en la que irrumpe sin permiso ¿Pero cómo nos enfrentamos ante una película tan olvidada y reivindicada, a partes iguales, como GATTACA? Realizada en 1997 por un director y guionista, Andrew Niccol, que debutaba con poco más de 30 años, me parece, me sigue pareciendo, que es digna de admiración por cómo ha logrado trascender esa extraña línea entre lo novedoso y lo clásico. Hay que señalar también ese cruce de géneros tan bien llevado, que igual nos lleva hasta el cine negro más purista (esos detectives, esos sombreros), la ciencia ficción en su vertiente distópica (casi más Ballard que Orwell), o una denuncia social que indaga socarronamente en un futuro que ahora es presente, y donde las identidades se convierten prácticamente en mercancía o sistema de control. Y luego está la película en sí, las estupendas interpretaciones de unos incipientes Ethan Hawke y Jude Law, con el añadido de Uma Thurman o Alan Arkin, y las sorprendentes apariciones de un veterano Ernest Borgnine o el escritor Gore Vidal. Una espectacular fotografía, congelada y cálida al mismo tiempo, de Slawomir Idziak. O una banda sonora a cargo de Michael Nyman, que es una de mis favoritas suyas. Cuento cruel, emotivo, también vibrante y repleto de intriga, GATTACA nos habla de un mundo en el que procrear naturalmente es una cuestión de la clase baja, mientras los pudientes "eligen" artificialmente a unos hijos perfectamente diseñados, sin taras, los garantes de una utopía "sin fallos". Ahí irrumpe la figura de Vincent (Hawke), que encarna al inconformista, capaz de alcanzar su sueño de viajar a las estrellas incluso con una dolencia cardíaca; su plan será hacerse pasar por Jerome (Law), un deportista de élite que languidece en una silla de ruedas por un fatal accidente. En sus mejores momentos, esa dualidad conforma dos partes de un todo, lo que indaga en el motivo humanista y nos inquiere acerca de cuánto deseamos ser perfectos, y todo lo que hay que destruir para lograrlo.
Debería ser un "clásico", pero sigue siendo esa curiosidad que vemos un poco de reojo. Compararla con la cantidad de bazofias digitales que se consumen hoy día, como comida rápida, básicamente da la razón a su mensaje.
Revísenla, merece la pena.
Saludos.

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